Sandra Sánchez*
Como recogía el periódico The New York Times en su obituario, “Abd al-Qáder fue uno de los dirigentes más capaces del siglo XIX”[1]. Este polifacético emir argelino, líder de la resistencia frente a la ocupación francesa y considerado el fundador de la nación argelina, se guió durante toda su vida por el sufismo y las enseñanzas de Ibn ˁArabī de Murcia. Además de la oposición a los franceses durante la invasión a Argelia, es recordado por su papel en la protección de los habitantes cristianos de Damasco durante los hechos de 1860.
El Emir Abd al-Qáder nació en El Guettana, en la región de Orán, en 1808, en una familia noble y emparentada con el Profeta Muhammad. Fue educado en diversas ciencias modernas y adquirió un profundo conocimiento sobre las ciencias islámicas debido al ambiente en el que creció, además de recibir una educación militar. Como añadido a su formación, realizó una peregrinación a La Meca junto a su padre, y visitó el Egipto gobernado por Muhammad Ali en pleno proceso de modernización. También viajaron a Damasco, donde Abd al-Qáder visitó la tumba de Ibn ˁArabī, a quien consideró durante toda su vida como su guía espiritual.
La invasión francesa, 1832-1847
El Imperio francés invadió Argelia dos años después de que Abd al-Qáder y su padre regresasen al país. El padre de Abd al-Qáder fue uno de los líderes de la resistencia frente a Francia. Tras caer enfermo, su puesto fue desempeñado por su hijo. Abd al-Qáder reunió a las tribus de Orán bajo su liderazgo, y son esas mismas tribus las que le proclamaron sultán en 1832. Abd al-Qáder rechazó ese título pues lo consideraba solo aplicable al jerife de Fez, del Imperio jerifiano (actual Reino de Marruecos), por lo que adoptó el título de emir[2].
Tras la firma del Tratado de Desmichel en 1834, por el que se reconocía al emir como gobernador independiente de la región de Orán, Abd al-Qáder se dedicó a afianzar lealtades en las tribus y al desarrollo administrativo de la región. Entre otras cuestiones, organizó el ejército y diversas fortificaciones para la defensa del país, instauró sistemas de educación y sanidad destinados a toda la población y él mismo se proveyó de diversos canales de información con los que mantenerse al día. También empleó a la población judía bajo su mando en el comercio con Francia y Gran Bretaña.
Aunque algunos prisioneros quisiesen convertirse a la religión islámica, Abd al-Qáder les pedía que lo reconsiderasen, pues en el caso de que se produjese un intercambio de prisioneros, los franceses conversos serían tratados como traidores.
En 1839, los franceses se lanzaron de nuevo al ataque en lo que la resistencia consideró una clara violación del Tratado de Tafna, firmado en 1837. Este tratado, firmado por el emir y el general Bugeaud, y por el que Abd al-Qáder reconocía la autoridad francesa en el territorio, dividía Argelia en dos regiones: las áreas urbanas para los franceses, y las áreas rurales (casi un tercio de Argelia), para el Emir ‘Abd al-Qáder. Este último usó el tratado para consolidar su poder y establecer nuevas ciudades fuera del control francés. A partir de 1842 empezó a perder varias de sus posesiones y huyó a Marruecos, donde medió para que el país magrebí y Francia rompiesen relaciones en 1844. Aun así, poco después, en 1847, al emir no le quedó más remedio que rendirse ante el general Lamoricière a cambio de que este le permitiese vivir con su familia y sus seguidores en tierras palestinas. Pero aquello no ocurrió. En su lugar, fueron trasladados a la ciudad francesa de Toulon y al Fort Lamalgue, bajo el argumento de que necesitaban tiempo para organizar su llegada a Alejandría o San Juan de Acre, donde Abd al-Qáder quería exiliarse. A los pocos meses, fueron enviados a otra ciudad francesa, Amboise, y allí permanecieron presos hasta su liberación en 1852 por parte de Napoleón III, a cambio de su compromiso de no rebelarse contra Francia.
Trato a los prisioneros
Durante la invasión francesa, Abd al-Qáder estableció un estricto código humanitario para el trato a los prisioneros de guerra. Según Charles Henry Churchill[3], oficial de la armada británica y cónsul en la Siria otomana, el trato que las tribus árabes acostumbraban a dar a sus prisioneros fue mejorando con el aumento de poder y presencia de Abd al-Qáder. Los prisioneros franceses eran bien tratados: se les daba dinero, ropa y alimento adecuados y se les proporcionaba la guía espiritual que ellos necesitasen. En una ocasión, se solicitó al obispo de Argelia que enviase un sacerdote al campamento para ocuparse de cualquier asunto religioso de los prisioneros, como el rezo o “todo lo que ellos deseen o quieran, para aliviar los rigores de su cautiverio”. La sola presencia de un prisionero despertaba en Abd el-Qáder sentimientos ennoblecedores acerca de la naturaleza humana.
Aunque algunos prisioneros quisiesen convertirse a la religión islámica, Abd al-Qáder les pedía que lo reconsiderasen, pues en el caso de que se produjese un intercambio de prisioneros, los franceses conversos serían tratados como traidores. Otro prisionero dijo que jamás renunciaría a su religión aunque le cortasen la cabeza, y Abd al-Qáder contestó: “Tranquilo, tu vida es sagrada conmigo”, y elogió su valentía.
La sola presencia de un prisionero despertaba en Abd el-Qáder sentimientos ennoblecedores acerca de la naturaleza humana.
Además, el emir se opuso fervientemente a hacer prisioneras a las mujeres, pues le horrorizaba la idea de que fuesen víctimas de la guerra. La madre de Abd al-Qáder, Leila Zohra, se convirtió en guardiana de todas las prisioneras: se estableció la tienda de las mismas junto a la suya, y nadie podía acercarse a ella sin el consentimiento de Leila Zohra. Ella misma alimentaba a las prisioneras, y si alguna enfermaba, se encargaba personalmente de su cuidado.
Cuando no podían garantizar la subsistencia de los cautivos, Abd al-Qáder los liberaba: una vez, liberó y mandó escoltar a 94 prisioneros franceses hasta sus compatriotas, sin pedir ningún tipo de intercambio, solo porque no podía procurarles sustento. Asimismo, Abd al-Qáder tenía a varios artesanos franceses trabajando para él, y les protegió de las tribus rivales cuando la guerra estalló. Les ofreció escolta y les pagó todo el dinero acordado por sus servicios, aunque no hubiesen terminado el trabajo.
De igual modo, estableció un edicto nacional para prevenir el maltrato a los presos franceses, pues seguían sucediéndose casos aislados pese a su estricta vigilancia. Con el edicto, responsabilizó a cualquier propietario de un prisionero francés o cristiano de su correcto trato y de entregarlo a una autoridad a cambio de una recompensa. Si el prisionero tenía alguna queja sobre su captor, este no recibiría el dinero prometido.
La barbarie contra los prisioneros era severamente castigada, incluso con los enemigos fallecidos. Definió como “cobarde y brutal” la mutilación de cadáveres, confirme a la moral islámica, y aquellos que cometiesen tal acto eran castigados.
Cabe destacar que, durante el exilio de Abd al-Qáder en el Fort Lamalgue de Pau, el emir recibió numerosas visitas de personalidades de la sociedad francesa, e incluso de prisioneros de guerra que fueron capturados durante la invasión del país[4].
Liberación y exilio
Tras una dura época en Amboise, sometido a muy precarias condiciones de vida, Napoleón III liberó a Abd al-Qáder y le permitió instalarse en la ciudad de Bursa, en la actual Turquía, con una generosa pensión y la promesa de que Abd al-Qáder nunca volvería a oponer resistencia contra Francia.
Poco después, Abd al-Qáder y su familia se mudaron definitivamente a Damasco. Solo salió de la ciudad para viajes concretos, como la peregrinación a La Meca o la visita a la Exposición Universal de París de 1867. La elección de Damasco como residencia habitual no es casual, pues es allí donde está enterrado Ibn ˁArabī. Lo primero que hizo Abd al-Qáder nada más llegar a la ciudad fue visitar la tumba, y después se instaló en la casa en la que el andalusí había vivido. A partir de este momento se dedicó exclusivamente a su familia, al estudio y a la enseñanza en la Gran Mezquita de Damasco.
Los sucesos de Damasco de 1860
Mientras Abd al-Qáder vivía en Damasco, los enfrentamientos entre los drusos y los maronitas desembocaron en masacres cuyos objetivos eran los cristianos residentes en la ciudad[5]. Estos enfrentamientos se saldaron con miles de muertos cristianos, pero Abd al-Qáder consiguió rescatar a aproximadamente15.000, conforme a las cifras recogidas por Churchill.
La situación en Damasco ya era tensa en el verano de 1860, y durante el mes de junio se registraron numerosos enfrentamientos entre cristianos y drusos en los pueblos cercanos a la ciudad. La llegada de estos cristianos a Damasco en grandes cantidades pudo ser un aliciente para lo que iba a suceder durante el mes siguiente. El gobernador otomano, sin embargo, no se mostró muy preocupado por la situación.
El punto de inflexión fue la toma de Zahlih, un pueblo cercano a Damasco, por parte de los drusos a mediados de junio. El mal comportamiento de los cristianos de Zahlih con los musulmanes hizo que estos últimos recibiesen las noticias con gran alegría. El gobierno celebró de tal forma la actuación de los drusos que el miedo que tenían los cristianos a un ataque aumentó considerablemente. Abd al-Qáder instó a Ahmad Pasha, el entonces gobernador otomano, a ofrecer protección a los cristianos frente a los ataques por parte de musulmanes que estaban sufriendo, ya que matar a personas cristianas está prohibido por la ley islámica[6]. Aun así, cualquier medida que tomase Ahmad Pasha incrementaba el sentimiento de inseguridad tanto entre los cristianos como entre los musulmanes[7].
Las familias adineradas, como las de los cónsules europeos, continuaron residiendo con Abd al-Qáder durante algún tiempo más, hasta que finalmente fueron acompañadas hasta Beirut.
De todas formas, a los seguidores de Abd al-Qáder les fueron proporcionadas armas, que no serían utilizadas hasta la revuelta, cuando detuvo a una muchedumbre enfurecida que marchaba hacia el barrio cristiano. Pese a que su discurso no surtió efecto y los atacantes penetraron en el barrio, Abd al-Qáder y el resto de los argelinos consiguieron rescatar y acoger a multitud de familias cristianas, que posteriormente escoltaron en muchos y numerosos grupos hasta las autoridades turcas. Sin embargo, todavía tuvo que protegerlas de los complots de los turcos en varias ocasiones.
Las familias adineradas, como las de los cónsules europeos, continuaron residiendo con Abd al-Qáder durante algún tiempo más, hasta que finalmente fueron acompañadas hasta Beirut.
Las autoridades turcas reconocieron la humanidad en la intervención de Abd al-Qáder, aunque le pidieron que entregase las armas, a lo este se negó rotundamente. Las potencias cristianas, por su parte, colmaron a Abd al-Qáder con enormes muestras de gratitud y admiración. Condecoraciones y regalos llegaron acompañados de cartas de agradecimiento enviadas desde Francia, Gran Bretaña o el Imperio Otomano. También llegaron alabanzas de diferentes lugares del mundo musulmán, incluida una carta del Imam Shamil, el Héroe del Cáucaso, que destacó la tristeza que le producía la conducta impropia de los musulmanes y la admiración que sentía por las acciones de Abd al-Qáder[8].
Legado de Abd al-Qáder
Además de sus logros militares, Abd al-Qáder fue un gran escritor y dejó tras su muerte una variadísima obra escrita, de la cual destaca sobre todo su poesía y su obra Kitab al-mawaqif, dedicada al sufismo. También es importante el trabajo que realizó como primer editor moderno de la obra de Ibn ˁArabī.
De entre la obra literaria del emir destaca su Kitab al-mawaqif, o «Libro de las paradas», un discurso sufí, mezcla de prosa y poesía, acerca de las enseñanzas de Ibn ˁArabī[9]. Los temas de la poesía del emir, escrita en su mayoría durante su exilio en Amboise, orbitan alrededor de la vida beduina. Sus poemas añoran el desierto y la vida errante, como se muestra en el título de uno de sus poemas: “No hay defectos en la vida nómada” o, como se ha traducido, “Elogio de la vida beduina”, “El desierto” o “La vida del desierto”. Sus poemas son auténticas exaltaciones de la condición beduina y todas sus características, incluidas las enseñanzas que uno extrae de ese modo de vida[10]. También es importante su poesía mística, a la que, como musulmán sufí, dedicó varias obras. En los poemas Abd al-Qáder se muestra muy unido a las enseñanzas de Ibn ˁArabī, y varios aparecen en la introducción del Kitab al-mawaqif[11].
Además de sus logros militares, Abd al-Qáder fue un gran escritor y dejó tras su muerte una variadísima obra escrita, de la cual destaca sobre todo su poesía y su obra Kitab al-mawaqif, dedicada al sufismo.
Abd al-Qáder murió en Damasco en 1883, a los 75 años. Fue enterrado junto a Ibn ˁArabī, pero cuando Argelia finalmente se independizó de Francia, reclamó sus restos para enterrarlos en una sección del cementerio de El Alia dedicada a los mártires de la resistencia argelina. Fue enterrado ente Larbi Ben M’hidi y Mourad Didouche, dos líderes del Frente de Liberación Nacional[12], partido político argelino del siglo XX que lideró la independencia de Argelia.
La figura del emir puede ser considerada la más importante de la historia argelina del siglo XIX[13]. Kateb Yacine y su libro ‘Abd al-Qadir and Algerian Independence, lo describieron como “un héroe nacional argelino y líder de la ‘guerra de independencia’”. También los nacionalistas de la época reclamaron su figura para luchar por la liberación del país, aunque sus exigencias no se hicieron patentes e importantes hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Es en ese momento cuando ‘Abd al-Qáder se convirtió en un auténtico mártir de la resistencia argelina y en un mito que unió a la población nacional frente al imperialismo francés.
* Artículo realizado como parte del Convenio de prácticas firmado entre la Fundación de cultura islámica y la Universidad Autónoma de Madrid, en el Grado de Estudios en Asia y África.
Referencias
[1] OBITUARY.; ABD-EL-KADER. (12/11/1873). The New York Times. [https://timesmachine.nytimes.com/timesmachine/1873/11/12/79055138.html]
[2] Mahmoud-Makki Hornedo, L. C. (2012). ˁAbd al-Qādir al-Ŷazāˀirī, líder de la resistencia argelina, poeta y místico. Al-Andalus Magreb, 19, 309-344. Recuperado a partir de https://revistas.uca.es/index.php/aam/article/view/7250
[3] Churchill, C.H. (1867). Life of Abd el-Kader: Ex-Sultan of the Arabs of Algeria. Chapman and Hall, Londres.
[4] Étienne B. (1994). Abdelkader. Hachette, París.
[5] Abu-Mounes, R. (2022). «Chapter 6 The Notables of Damascus and the 1860 Riot». En Muslim–Christian Relations in Damascus amid the 1860 Riot. Leiden, Brill. [https://doi.org/10.1163/9789004470422_008]
[6] Abu-Mounes, R. (2022). «Chapter 4 The 1860 Riot in Damascus». En Muslim–Christian Relations in Damascus amid the 1860 Riot. Leiden, Brill. [https://doi.org/10.1163/9789004470422_006]
[7] Ibid.
[8] Churchill, C.H. (1867). Life of Abd el-Kader: Ex-Sultan of the Arabs of Algeria. Chapman and Hall, Londres.
[9] Ibid.
[10] Ibid.
[11] Ibid.
[12] Jansen, J.C. (2016). Creating National Heroes: Colonial Rule, Anticolonial Politics and Conflicting Memories of Emir ‘Abd al-Qadir in Algeria, 1900–1960s. History and Memory, 28(2), 3-46. [https://doi.org/10.2979/histmemo.28.2.0003]
[13] Ibid.
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