El veto musulmán no se produjo en un solo día, y significa más de una cosa. El veto musulmán no se produjo en enero ni en marzo. Se produjo hace mucho tiempo, con el paso de los días, los artículos, las calumnias… de forma sistemática y consistente, con risas liberales y maldad conservadora en el fondo de la imagen.
El veto musulmán ha sido el culmen de Trump para una antigua melodía cuyo eco escapa del sinuoso laberinto de una nación que se niega a reconocer su origen extranjero, con demasiadas ganas de identificarse como “blanca” y de demonizar y alejar de sus miedos toda diferencia de color.
Trump no es una aberración, es una culminación. Es un vendedor. Sabe lo que venderle a Estados Unidos y ha promovido el odio hacia los musulmanes porque sabe que hay quien se lo compra.
De Michel Bachman a Pamela Geller, de Bill Maher a Sam Harris, de Bernard Lewis a Daniel Pipes, todos han estado preparando a los consumidores para la campaña de miedo de Trump desde hace mucho tiempo.
Señalando y demonizando a Trump para aprovecharse de las condiciones de marketing, los liberales y conservadores han reunido las condiciones necesarias para que floreciese la xenofobia de Trump en frutas aún más amargas y extrañas.
Los musulmanes conocidos y desconocidos
El veto musulmán no está dirigido solamente hacia aquellos incontables desconocidos que ya no tendrán acceso a Estados Unidos. El veto musulmán es una condena hacia aquellos musulmanes que ya están en el país, inmigrantes naturalizados o nacidos en el país.
Se trata de suspender su protección constitucional y la Carta de derechos, convertirlos en extraños en su propia tierra. Es señalarles con el dedo y explicarles que nunca serán “estadounidenses”.
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