Un potente seísmo sacudía varias provincias del sur de Marruecos el pasado 8 de septiembre. La zona más afectada fue la cordillera del Alto Atlas, con un difícil relieve y miles de pequeñas poblaciones dispersas y de difícil alcance. Aun así, se ha podido comprobar no solamente la eficacia y coordinación de las fuerzas nacionales y locales marroquíes, sino el comportamiento modélico, digno y resiliente de las víctimas del terremoto, que ha impresionado a los numerosos intervinientes y voluntarios sobre el terreno.
Fueron muchos los países que ofrecieron su ayuda y, salvo España, Reino Unido, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, la mayoría fue rechazada. Esto suscitó abundantes críticas por parte de no pocos ámbitos, en especial franceses, totalmente ajenos a la idiosincrasia y condiciones orográficas locales, y a la capacidad movilizadora de las instituciones marroquíes (como se demostró durante la pandemia COVID-19).
De ello se desprendió una actitud en ocasiones arrogante y eurocentrista, que analiza Peter Beaumont en este artículo de The Guardian, cuestionando la injerencia internacional.
«Marruecos está afrontando el terremoto a su manera, y las críticas que ha recibido están teñidas de una mentalidad de salvador blanco.
La respuesta internacional al terremoto de Marruecos ha sido bastante lamentable. Funcionarios occidentales anónimos han criticado la lentitud de Rabat a la hora de pedir ayuda al exterior y a quién, sugiriendo que esto obstaculizó el trabajo de asistencia.
La realidad es algo distinta. En tres días viajando por las montañas del Atlas para hacer un reportaje para este periódico, pude ver las limitaciones de la respuesta de ayuda, así como sus logros, y compararlos con catástrofes anteriores que he cubierto. Y aunque es justo decir que hay comunidades que están viendo llegar la ayuda con demasiada lentitud, en general la respuesta del gobierno marroquí ha sido razonablemente eficaz.
La idea de que ciertos países están innatamente mejor equipados para responder a las emergencias parece ridícula y arrogante.
En unas 48 horas, Marruecos ha reabierto parcialmente una de las principales carreteras de acceso al corazón de la zona afectada por el seísmo, abriendo un corredor para que la ayuda llegue a los más damnificados. Los helicópteros militares del país llevan días volando sin parar, mientras que un enorme esfuerzo social autogestionado por marroquíes de a pie ha movilizado la ayuda de personas de todo el país.
Y cuando ha habido problemas, éstos han venido dictados en gran medida por la propia naturaleza de la catástrofe, que ha afectado a una población muy dispersa en cientos de aldeas repartidas por un terreno montañoso extremadamente difícil, lo que significa que el esfuerzo de socorro se ha visto necesariamente limitado por la capacidad de transporte aéreo disponible y la logística capaz de apoyarlo.
Esto no significa que Rabat deba ser inmune a las críticas, sobre todo por las prolongadas disparidades económicas en la financiación regional, que contribuyeron a la catástrofe. Pero no se puede obviar el hecho de que algunas de las críticas dirigidas a Marruecos tienen un tufillo a complejo de salvador blanco, esa noción omnipresente de que los países occidentales son los únicos equipados para ayudar en tales circunstancias de desastre y necesidad.
La realidad es que uno de los primeros principios de la ayuda humanitaria es la idea de soberanía en la toma de decisiones, como el presidente francés, Emmanuel Macron, se vio obligado a reconocer tardíamente. Marruecos, un país con problemas como cualquier otro, es un Estado que funciona, no uno frágil ni fallido como Libia, que esta semana ha sufrido su propio desastre espantoso.
Aunque es apropiado que los Estados extranjeros ofrezcan ayuda, también es un privilegio, no un derecho, ser invitado a ayudar, y los marroquíes están en la mejor posición para determinar lo que se necesita.
También existe un segundo principio. En definitiva, quienes ofrecen y envían ayuda deben estar seguros de que sus esfuerzos contribuyen a la labor de socorro y no suponen una fuga de recursos valiosos.
Incluso después de sólo tres días en Marruecos, me pareció que algunos equipos de búsqueda extranjeros no tenían trabajo que hacer cuando se enfrentaron a los pormenores de una catástrofe en la que los edificios no se derrumbaron en montones de escombros en los que podían buscar, sino que se desintegraron por completo.
La cuestión acuciante es cómo ayudar a Marruecos a reconstruir a largo plazo las comunidades devastadas que lo han perdido todo.
Sin embargo, la actitud de que Occidente es el único cualificado para ayudar en este tipo de emergencias plantea un problema más amplio, cuando existen numerosos ejemplos de lo contrario.
Después de haber cubierto las consecuencias del huracán Katrina en Estados Unidos, puedo decir que la idea de que ciertos países -por su riqueza, política o ventajas tecnológicas- están innatamente mejor equipados para responder a las emergencias parece ridícula y arrogante, dada la respuesta ampliamente criticada de Washington a esa catástrofe.
Mientras las rutas de ayuda se han abierto rápidamente, la cuestión acuciante es cómo ayudar a Marruecos a reconstruir a largo plazo las comunidades devastadas que lo han perdido todo: casas, familias, ganado y medios de subsistencia que amenazan la cohesión social de estos pueblos de montaña únicos.
Esto exigirá un compromiso serio por parte de los socios internacionales de Marruecos. Será un trabajo poco glamuroso. Y tiene una narrativa menos simplista, por lo que pasará desapercibida para los equipos de televisión que actualmente se encuentran en las montañas del Atlas».
Fotografías: Fadel Senna/AFP/Getty Images
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