La invasión rusa de Ucrania, y la guerra sin cuartel en todo el país, lleva varias semanas siendo el centro de atención política y mediática. La gravedad de la situación humanitaria justifica sin duda esta cobertura, y nos permite recordar que todas las guerras son condenables. (Foto de portada: Alisdare Hickson).
Tristan Semiond
Sin embargo, este es precisamente el punto que deja un sabor amargo en la boca, porque si todas las violaciones de los derechos y libertades fundamentales son condenables y todas las vidas son iguales, ¿cómo se puede explicar el doble rasero que se ha instalado en la esfera discursiva desde el inicio del conflicto? Y del mismo modo, ¿por qué las víctimas de este conflicto parecen gozar de una solidaridad que no reciben, por ejemplo, los sirios, los yemeníes, los afganos, los sudaneses…?
Este artículo no pretende responder a estas cuestiones en su compleja y diversa totalidad, sino subrayar algunos puntos importantes para recordar que los valores de humanidad y solidaridad invocados a cada paso en los últimos días parecían haber desaparecido hasta ahora, y que si su retorno puede ser positivo, debe hacerse de forma universal y no se debe caer en discursos y prácticas discriminatorias.
La importancia del principio de asilo: mirar al pasado para entender el presente
En primer lugar, es importante recordar que la decisión de huir de una situación de guerra u horror está garantizada por la Declaración Universal de Derechos Humanos en sus artículos 13 y 14:
“Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.” Artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
“En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.” Artículo 14.
La libertad de circulación reconocida por el texto de 1948 es, por tanto, uno de los derechos fundamentales de todas las personas, sin discriminación alguna. También es el pilar de uno de los derechos que se encuentran en el centro de los acontecimientos actuales: el derecho de asilo.
La cuestión del asilo está arraigada en la historia de la humanidad, y sus antiguos orígenes nos recuerdan su importancia.
Algunos historiadores se remontan a la idea y la noción de asilo del antiguo Egipto, concretamente a través del Tratado de Qadesh (1280 a.C.) entre Ramsés II y Hattusili III, que por primera vez en la historia abordaba trata la cuestión de los «refugiados», al contener varias cláusulas relativas a la protección y repatriación de los prisioneros del campo rival.
Sin embargo, fue en la época de la Grecia antigua cuando el concepto de asilo adquirió mayor importancia, sobre todo al obtener su primera definición. A partir del siglo V a.C., juristas y pensadores griegos empezaron a explicar que existían lugares sagrados, “άσυλον asylon”, que eran por ende inviolables y que no podían ser saqueados. Estos lugares también podían servir de refugio para quien huyera de la injusticia humana.
A lo largo de la historia, esta noción de asilo ha adquirido diferentes significados y aplicaciones, según la época y el lugar, pero los principios sobre los que se ha sustentado siempre han sido los mismos, los de la hospitalidad y la protección. Su evolución y definición estaban estrechamente ligadas a las religiones, desde la Antigüedad hasta la Edad Media.
Tal es el caso de las tres grandes religiones monoteístas, cuyas historias fundacionales nos recuerdan esta noción de asilo: 1. una situación de peligro (persecución), 2. una huida (exilio) y 3. la búsqueda de un lugar de protección (asilo). Para el judaísmo esta secuencia de acontecimientos se denomina el Éxodo, para el cristianismo, la huida a Egipto de la Sagrada Familia y para el islam, la Hégira.
Estas religiones han dado lugar a distintos sistemas normativos que tratan el fenómeno del desplazamiento, basados en valores éticos y morales sobre la necesidad de la acogida y la hospitalidad. Es el caso del islam y de la sharía, que, debido a su historia, han desarrollado unas normas y leyes relativas al trato de los extranjeros y de las personas que se han visto obligadas a tomar el camino del exilio, reconociendo, también, el valor de quienes acuden en ayuda de las personas que huyen de la violencia, como fue el caso del Profeta Muhammad en Medina.
Entre el principio y la aplicación, un abismo insalvable, o casi…
No obstante, el concepto de asilo, tal y como lo entendemos hoy, es más reciente y está vinculado a la construcción de los Estados nación a partir del siglo XIX y, sobre todo, a las dos guerras mundiales y al desarrollo del Derecho Internacional.
La Convención de Ginebra sobre los Refugiados (1951) y el Protocolo de Nueva York (1967) son los textos fundadores que, recogiendo las ideas de protección y hospitalidad inherentes al derecho de asilo, definieron la noción de «refugiado» y establecieron los derechos fundamentales que deben garantizarse a este colectivo. Estos textos se basan en el principio de no discriminación y no devolución, y han sido ratificados por 145 Estados.
El principio de asilo, y el estatuto de refugiado, se ha convertido así en un derecho internacionalmente reconocido, pero también, desafortunadamente, en un objeto de política y geopolítica. Esta politización del asilo ha generado un abismo entre el principio enunciado en los textos y su aplicación efectiva, que no ha dejado de aumentar a lo largo de los años. De este modo, este derecho fundamental se ha convertido en la mayoría de los casos en una ilusión, más que en una realidad.
Sin embargo, parece que desde la guerra de Ucrania se está construyendo un puente sobre este abismo que antes parecía insuperable. La cuestión es, sin embargo, si estos esfuerzos y este puente pretenden hacer realidad este derecho largamente olvidado para todos los que lo necesitan. Desgraciadamente, la respuesta negativa no es sorprendente, ya que parece que existen barreras que restringen su acceso y cruce.
No es necesario mirar muy lejos para darse cuenta de que muchas personas siguen arriesgando sus vidas intentando cruzar las fronteras ante la indiferencia de Occidente, ya que el 12 de marzo murieron dos bebés y tres mujeres y desaparecieron más de 40 personas en el Mediterráneo.
Hoy ha ocurrido una tragedia en el océano Atlántico en la que 44 PERSONAS, incluidos dos bebés, han fallecido en el naufragio de una patera.
Sin embargo, para los medios de comunicación, siguen sin ser personas, solo subsaharianos. pic.twitter.com/pRXUzuNFv1
— Asociación Marroquí-España (@Amarroquimalaga) March 14, 2022
Sin embargo, estas trágicas noticias no despiertan la emoción ni la indignación de la opinión pública, o lo hacen a una escala mucho menor que la que hemos vivido estas últimas semanas con los refugiados ucranianos. Es especialmente el caso de los medios de comunicación que además desempeñan un importante papel de «agenda-setting».
¿Qué hay detrás de este doble rasero? Racismo, eurocentrismo, islamofobia…
En efecto, la esfera pública europea ha intentado normalizar o deshumanizar durante años la muerte de miles de personas en nuestras fronteras mediante un proceso de alterización que les convierte en «Otros». En este contexto, las imágenes y la información sobre la guerra en Ucrania y los refugiados son diferentes, y tienen por objetivo vincular a estas personas con un «Nosotros». Este reconocimiento propio en su situación busca evocar empatía e indignación sobre el conflicto que están viviendo. El resultado es un tratamiento desigual de las víctimas de los distintos conflictos según criterios geográficos, étnicos, religiosos… En esta visión, la alteridad, real o imaginaria, se convierte en un factor de deshumanización.
Es un fenómeno que se justifica con una retórica que apenas se esconde tras el argumento de una necesidad urgente de protección internacional, pero que en realidad se basa en una política y un pensamiento racista e islamófobo que pretende hacer de una supuesta «proximidad cultural» el factor determinante de la empatía, o, por recurrir al término desarrollado por Judith Butler, la “grievability”, es decir, aquellas vidas que se consideran dignas de lamentar y aquellas que no.
Esta geometría variable de la empatía puede explicarse de muchas maneras, y Butler ha desarrollado una bibliografía importante en torno a ellas. Destaca, en este sentido, su último libro escrito con el filósofo francés Frédéric Worms, Le vivable et l’invivable.
Una de las ideas principales de sus años de estudio, que se reflejan en este libro, es que la capacidad de vivir la propia vida está socialmente discriminada y desigualmente valorada según unas normas sociopolíticas. También lo está la empatía que levanta el sufrimiento de una persona y su capacidad para mover las conciencias y ayudar ante lo invivible.
Worms explica que «si podemos morir, en el sentido clásico de la palabra, de hambre o de frío, nuestra vida puede hacerse insoportable por la falta de reconocimiento, por la depresión o la melancolía…» . Esto es precisamente lo que queremos denunciar, que este reconocimiento necesario se concede a algunos grupos de personas, pero no a otros, y que esta elección arbitraria es, en parte, el resultado de un racismo sistémico.
A nadie se le escapan las imágenes y atrocidades cometidas por el régimen de Bashar al Assad y Putin en Siria, por lo que podría parecer lógico que se les protegiera y se les considerara -como a los ucranianos- refugiados. Sin embargo, la realidad y el discurso son totalmente diferentes, y se les sigue describiendo y percibiendo principalmente como “migrantes musulmanes” potencialmente infiltrados por sujetos terroristas.
Los portavoces de esta hipocresía justifican este doble rasero con el argumento de una supuesta «proximidad cultural». Sin embargo, este mito merece ser deconstruido para mostrar su verdadero rostro: el de un pensamiento culturalista, esencialista, por no decir racista e islamófobo, que niega la humanidad de cientos de miles de personas.
Esta narrativa tiene unos resultados aberrantes de discriminación, como el intento de distinguir entre refugiados «buenos» y «malos», es decir, «civilizados» y «salvajes».
Este racismo, procedente de una retórica colonial de «pseudo civilización», está omnipresente en el campo discursivo, como muestran estos pocos ejemplos:
● Daniel Hannan, de The Telegraph, escribió: «Se parecen tanto a nosotros. Eso es lo que lo hace tan impactante. La guerra ya no es algo que se le impone a las poblaciones empobrecidas y remotas. Puede ocurrirle a cualquiera».
● “No es un lugar, con el debido respeto, como Irak o Afganistán, que haya visto un conflicto encarnizado durante décadas. Esta es una ciudad relativamente civilizada, relativamente europea, también tengo que elegir esas palabras con cuidado, ciudad, donde no esperaría que sucediera” dijo el periodista Charlie D’Agata el 26 de febrero en CBS
“Civilized”
pic.twitter.com/AiU7uVmjMr— Imraan Siddiqi (@imraansiddiqi) February 26, 2022
● «No estamos hablando aquí de sirios que huyen de los bombardeos del régimen sirio respaldado por Putin, estamos hablando de europeos que se van en coches que se parecen a los nuestros para salvar sus vidas». Philippe Corbé, BFM TV.
«C’est pas des départs en vacances. Ce sont des gens qui fuient la guerre»
«on parle pas de syriens qui fuient les bombardements du régime syrien, on parle d’européens qui partent dans leurs voitures qui ressemblent à nos voitures, et qui essaye juste de sauver leur vie, quoi»
😶 pic.twitter.com/7vjz04xm4J— Caisses de grève (@caissesdegreve) February 24, 2022
Esta situación no es más que el símbolo de la normalización de un campo discursivo y simbólico que pretende legitimar las ideas de un «choque de civilizaciones» o de una «gran sustitución».
El líder de Vox, Santiago Abascal, explicó en el marco de esta ideología ante el Congreso que: «todo el mundo puede entender la diferencia entre estos flujos y las invasiones de jóvenes de origen musulmán en edad de luchar que se han lanzado contra las fronteras de Europa».
Lo que quizá sea más grave es que este discurso islamófobo y racista, criticado por la oposición, no es más que un reflejo de la política de la gran mayoría de los gobiernos europeos, sin importar el partido al que pertenezcan.
De hecho, cómo no hablar de racismo estatal diferenciado, y de un cierto «privilegio europeo», cuando las autoridades decidieron establecer un sistema para conceder papeles en 24 horas a los refugiados ucranianos, mientras que, como explica el periodista sirio Okba Mohammad en elDiario.es, su solicitud tardó dos años y cinco meses en ser aceptada, a pesar de que él también huía de una guerra y de las barbaridades perpetradas por Rusia.
La importancia del lenguaje y del vocabulario: «refugiados» ucranianos frente a “migrantes”
Es suficiente con observar el lenguaje para entender. Ya no se trata de «protegernos de los flujos migratorios irregulares», como anunció Emmanuel Macron hace menos de un año tras la toma de Kabul por los talibanes, sino, por el contrario, de hacer todo lo posible para acoger a los «refugiados» ucranianos en las mejores condiciones.
Observamos, así, cómo cambia el vocabulario en función de los intereses políticos. Una de las consecuencias es la descontextualización de los conflictos. En otras palabras, algunas se normalizan o se justifican por el carácter supuestamente «incivilizado» del país o la región. Asimismo, las personas que huyen de estas guerras quedan directamente excluidas del restringido club de los refugiados y ven vulnerados sus derechos fundamentales, como es el de asilo. Así, no se respeta la hospitalidad, un principio esencial, y se viola el derecho internacional.
Una investigación publicada en 2016 y llevada a cabo en 15 países europeos, titulada: “How economic, humanitarian, and religious concerns shape European attitudes toward asylum seekers» mostró que «los votantes favorecen a los solicitantes que contribuirán a la economía del país de acogida, que han sufrido graves problemas físicos o mentales en lugar de dificultades económicas, y que son cristianos en lugar de musulmanes. Estas preferencias son similares en todos los países e independientes de las características personales de los votantes».
La importancia de movilizarse contra estos discursos
A la luz de esta cobertura mediática y respuesta política, una de las primeras entidades en emitir una declaración crítica de la situación fue la Asociación de Periodistas Árabes y de Oriente Medio (AMEJA), que pidió a todas las organizaciones de prensa que «tengan cuidado con el sesgo implícito y explícito en su cobertura de la guerra en Ucrania», añadiendo que «condenan y rechazan categóricamente las implicaciones orientalistas y racistas de que una población o un país es «incivilizado» o tiene factores económicos que lo hacen merecedor de un conflicto. Este tipo de comentarios refleja la mentalidad generalizada en el periodismo occidental de normalizar la tragedia […] lo que deshumaniza y convierte su experiencia de la guerra en algo normal y esperado».
No se trata de desviar la atención del drama ucraniano, sino, por el contrario, de deconstruir los prejuicios que lo convierten en un conflicto único o diferente de los demás. Aunque la objetividad periodística sea, por supuesto, un mito, nada impide querer avanzar hacia una regulación del campo informativo y visual en la que los sesgos informativos dejen de ser eurocéntricos.
Esto es aún más importante si tenemos en cuenta la influencia que ejercen los medios de comunicación sobre la opinión pública, así como su impacto sobre la agenda política, lo que contribuye a alimentar la dimensión estructural de esta discriminación. En consecuencia, se encuentran rápidamente lugares de acogida para los refugiados ucranianos, cuando hasta ahora el discurso más común esgrimido aludía a la falta de capacidad de los Estados y su incapacidad de acoger a toda la miseria del mundo.
Para concluir, se puede decir que, ante esta situación, el sentimiento es el de una auténtica alegría por las personas que huyen del terror y se benefician de una verdadera oleada de solidaridad; y una profunda tristeza entremezclada con una creciente indignación al ver que el color de la piel o la (supuesta) afiliación religiosa siguen siendo motivo de exclusión, como demuestran las imágenes inhumanas de discriminación y racismo en la frontera polaca…. Esperemos que esta solidaridad limitada pueda convertirse en el futuro en un verdadero humanismo.
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