Politólogo y especialista en islam, Olivier Roy proporciona su lectura de los últimos atentados en Francia, signos de una «islamización del radicalismo» que el gobierno francés insiste, de manera contraproducente, en tratar como una «radicalización del islam».
Por Nadia Henni:Moulaï (Middle East Eye)
Traducción: Daniel Gil-Benumeya (FUNCI)
Aunque su voz no siempre es escuchada en las altas esferas del Estado, Olivier Roy, politólogo y profesor del Instituto Universitario Europeo de Florencia (Italia), es una autoridad en la comunidad científica. Sus análisis, además, arrojan luz sobre los resortes y la complejidad de la radicalización.
En 2015, su concepto de «islamización del radicalismo» se opuso al de «radicalización del islam» de Gilles Kepel. Este último llegó incluso a calificar a Olivier Roy de «negacionismo del yihad» en una columna publicada en un medio francés en 2018.
Un término, el de negacionismo, que tiene una pesada carga simbólica y que revela, de manera indirecta, el alcance político de esta disputa inicialmente académica. Porque la lectura defendida por Olivier Roy no exonera al islam del problema de la radicalización. Más bien, sugiere considerar este fenómeno como parte de un todo del cual el islam es un componente más. Un análisis que merecería ser escuchado, pues a los poderes públicos les cuesta luchar eficazmente contra el radicalismo.
Middle East Eye: Al día siguiente de los atentados del 13 de noviembre de 2015, usted analizaba la radicalización de jóvenes musulmanes franceses que marcharon a Siria para luchar junto a grupos islamistas armados como «islamización del radicalismo». El islamólogo Gilles Kepel se opone a su concepto y habla de «radicalización del islam». Tras los atentados de Conflans:Sainte:Honorine el 16 de octubre y Niza el 29 de octubre, ¿su novedoso concepto se mantiene?
Olivier Roy: Sí, por supuesto. Simplemente ocurre que mi posición es más compleja que la de Gilles Kepel, que es muy de grandes dicotomías, grandes dualismos, etc. Su análisis responde a una opinión que es dominante, a saber, que hay una islamización de la sociedad francesa y que esta islamización produce terrorismo.
M.E.E.: ¿Estos atentados recientes guardan alguna afinidad con los del 7 de enero de 2015 contra Charlie Hebdo y el Hyper Casher, y del 13 de noviembre de 2015 en la sala Bataclan, a pesar de las diferencias en el modo de operar?
O.R.: Hay continuidad y ruptura. La continuidad tiene que ver con el tema que desarrollo en mi libro El yihad y la muerte. Prácticamente todos los autores de atentados desde 1995 deciden morir en la acción. Casi todos los atentados son atentados suicidas, a diferencia de los atentados que afectaron a Francia en las décadas de 1970 y 1980 [en particular, el ataque a una sinagoga de la Unión Liberal Israelita de Francia, en la calle Copernic de París el 3 de octubre de 1980, el atentado frente a un restaurante judío parisino en la Rue des Rosiers el 9 de agosto de 1982, y finalmente el de la calle Rennes en nombre del Hizbullah libanés en septiembre de 1986].
Desde un punto de vista militar, ya sea para al-Qaeda o para Daesh [el grupo Estado Islámico], es irracional. Cuando había ataques palestinos o criptopalestinos en los años ochenta, el comando tenía un plan B para escapar y empezar de nuevo. Es el ABC del terrorismo político. Sin embargo, desde hace 25 años, son atentados suicidas. Este punto me parece fundamental.
Además, los ataques suicidas son indiscriminados. De lo que se trata es de impactar a la opinión pública. No son ataques estratégicos. No se ataca un consulado israelí, sino una sinagoga. Se hace lo posible para apuntar a todo el mundo.
Por otro lado, los autores hacían referencia a un yihad [en este caso, «guerra santa»] específico: el atentado cometido por Khaled Kelkal en Lyon estaba vinculado al GIA [Grupo Islamista Armado, argelino], Bosnia aparecía en el asunto del «grupo Roubaix» y finalmente la reivindicación de un Estado islámico en el caso de los terroristas del Bataclan.
Hay una segunda cuestión, que es el llamamiento a matar a los autores de blasfemias. Esa fue la consigna de al-Qaeda contra Charlie Hebdo en 2005 cuando el periódico lanzó las caricaturas [del profeta Muhammad]. Con anterioridad existió el caso Rushdie [autor de Los versos satánicos].
Por otro lado, se ha producido una ruptura en el modo de operar. Hasta 2015, eran grupos más o menos grandes, como en el caso Bataclan. Tenían redes detrás, compuestas por individuos conectados directa o indirectamente con personas de al-Qaeda o Daesh. Bien porque habían ido al terreno y recibido entrenamiento, o bien porque estaban en contacto con cuadros de una de estas dos organizaciones.
Estos radicales no son producto de una salafización territorial. De entrada, el hecho de tener una mezquita con un predicador en un lugar determinado no significa que este vaya a salafizar a todo un barrio.
En Francia, a veces, se radicalizaron en contacto con antiguos yihadistas, gente que había formado parte de al-Qaeda o Daesh, como Djamel Beghal [activo en el GIA argelino], por ejemplo. Cada grupo tenía un vínculo con el grupo anterior. Por tanto, lo que tenemos son redes.
Insisto en otro punto y aquí me separo por completo de Gilles Kepel. Estos radicales no son producto de una salafización territorial. De entrada, el hecho de tener una mezquita con un predicador en un lugar determinado no significa que este vaya a salafizar a todo un barrio. Los grupos radicales han surgido de una socialización a partir de las mezquitas. Solo tenemos un caso —y Hugo Micheron lo señaló en su libro El yihadismo francés: barrios, Siria, prisión—, que es el grupo de Artigat, cerca de Toulouse. Es un caso completamente atípico: una granja en el campo que no está ligada a barrios, o a los suburbios, etc.
MEE: Entonces usted piensa que no hay correlación entre la práctica religiosa y la cuestión terrorista…
O.R.: Mi tesis fundamental consiste en afirmar que no hay primero salafización y luego terrorismo. Por eso hablé de islamización del radicalismo. La ruptura precede a una eventual fase salafista, y muy a menudo no hay siquiera fase salafista previa.
Esto vale también para los últimos atentados. Pero, por supuesto, cuando actúan, se suscriben a un paradigma islámico fuerte: el del mártir que ve las puertas del paraíso abrirse ante él.
M.E.E.: ¿En qué sentido marcaron los atentados de 2015 un punto de inflexión en el perfil de los atacantes?
O.R.: Primer punto: después de 2015, la diferencia en los perfiles de los terroristas se basa en la falta de vínculos con Daesh. Puede haber una declaración de lealtad por su parte, pero no hay conexión. Los terroristas no piden permiso, no han ido a entrenarse ni tienen siquiera vínculos indirectos con las «centrales» de la organización.
Mi tesis fundamental consiste en afirmar que no hay primero salafización y luego terrorismo. Por eso hablé de islamización del radicalismo. La ruptura precede a una eventual fase salafista, y muy a menudo no hay siquiera fase salafista previa.
Segundo punto: actúan prácticamente solos. Incluso si todos tienen amigos, han hablado en su entorno de sus planes, han enviado tuits o mensajes en Facebook, no hay preparación colectiva de un atentado ni redes logísticas.
A través de los juicios de Charlie Hebdo [que se desarrollan actualmente en París], vemos que hay una organización y redes logísticas con Amedy Coulibaly, los hermanos Kouachi, etc. Además, el debate en los tribunales es sobre la responsabilidad de las personas que participaron en esta logística. ¿Sabían que era para asesinar al equipo editorial de Charlie Hebdo o no? Pero ese es otro tema.
En los últimos atentados en Francia, los individuos entran en acción muy rápidamente. No hay incubación salafista, ni transición al yihadismo. Todos dieron el giro de golpe e individualmente.
Tercer punto: el arma blanca. En Francia, todos los ataques desde 2016 se han llevado a cabo con cuchillos.
M.E.E.: ¿Qué dice esta simbología del arma blanca?
O.R.: Tal y como yo lo interpreto, indica, en primer lugar, que no tienen redes para encontrar armas. Están improvisando.
Pero creo que va más lejos. Hoy se puede comprar un kalashnikov en Marsella por unos cientos de euros. Y creo que ni siquiera lo han intentado.
Su objetivo no es matar a tantas personas como sea posible. En mi opinión, quieren un atentado sacrificial: matan con cuchillo como si degollaran a un animal. Y después, se dejan matar con el arma ensangrentada en la mano. Es un suicidio donde mueren por el Profeta, esperando ir al paraíso. Adoptan un papel de matarifes, de quien ejerce una sanción religiosa.
M.E.E.: Precisamente, vimos cómo el vídeo subido por Brahim Chnina, padre de una alumna de Samuel Paty, quejándose de las caricaturas mostradas por el maestro en clase, jugó un papel en el paso al acto de Abdoullakh Anzorov. Estos ataques con cuchillos parecen diseñados a la medida de las redes sociales, como el de Christchurch en Nueva Zelanda, transmitido en vivo. En tanto que «nativo digital», Abdullakh Anzorov había grabado el comunicado de reivindicación a las 12.17 para publicarlo en su cuenta de Twitter a las 16.55. Más que símbolos, lo que parecía estar buscando era el impacto mediático. ¿Qué piensa de esto?
O.R.: Tiene usted toda la razón. Es una puesta en escena. Y esta puesta en escena sigue una estructura estética sistematizada por Daesh. Desde el principio, la organización utilizó una estética gore, presentada en las redes sociales en forma de videos, por ejemplo.
Lo interesante es que no fueron los islamistas quienes originalmente inventaron esto. Fueron los niños de [la masacre de la escuela secundaria de] Columbine en 1999. Aquellos jóvenes asesinos fueron los primeros en anunciar en Internet que iban a pasar a la acción. Más aún, filmaron su acción y la publicaron en la Red. Esto es fundamental porque demuestra que nos estamos moviendo en cierta cultura joven que se viene desarrollando desde hace veinte años.
M.E.E.: Una generación de nativos digitales que han mamado las redes sociales, a las que se ha señalado por su ausencia de regulación. ¿Son estos perfiles de alguna manera producto del capitalismo en sus aspectos más oscuros?
O.R.: Sí, están completamente enmarcados en la nueva cultura individualista globalizada. Están en sintonía con el neoliberalismo que dice, en definitiva, que cualquier individuo puede volverse muy rico o muy famoso. Las condiciones socioeconómicas no importan y en tu garaje con un ordenador hackeado puedes convertirte en Bill Gates.
Es una especie de hibris individual en respuesta a esta idea: «Todo el mundo piensa que soy un don nadie, pero voy a conseguir hacer algo». Obviamente, estos terroristas son lo opuesto a Bill Gates. Son héroes negativos.
Sí, creo que existe esta idea de que todo reside en la comunicación, que se pasa del anonimato a la fama, lo que está muy ligado a la política de las redes sociales y, por capilaridad, al neoliberalismo. Encontramos esta idea entre los evangelistas brasileños y nigerianos con el evangelio de la prosperidad: soy un desgraciado pero si creo en Dios y creo mucho, me haré muy rico.
También es ese paradigma del paso del loser [perdedor] al winner [ganador]. En el caso de Niza, por ejemplo, es un winner negativo, pero para él, se ha ganado el cielo. Es por eso, de hecho, por lo que hablo de islamización. Nunca he dicho que el islam no desempeñara ningún papel. La religión es incluso central. Según la lectura que hace del Corán, irá directamente al paraíso. Además, esto borra sus pecados previos, así que ni siquiera necesita haber llevado una vida piadosa con anterioridad.
M.E.E.: Precisamente, cuando usted habla de dos edades del terrorismo, de 1995 a 2015 por un lado, y por otro desde 2016 con perfiles más heterogéneos, vemos que el desencadenante religioso es menos significativo. En los perfiles de autores de atentados, intervienen más bien consideraciones geopolíticas esquemáticas o bien trayectorias vitales fracturadas con, por ejemplo, un paso por la delincuencia. ¿El gobierno no muestra cierta testarudez cuando pone la defensa del laicismo en el centro de la lucha contra la radicalización?
O.R.: El problema aquí no es decir: «Está usted exonerando al islam de sus responsabilidades». No es ese el punto. La política del gobierno, ampliamente apoyada por los medios de comunicación y la opinión pública, consiste en afirmar —apoyándose en la tesis de Gilles Kepel— que puesto que el salafismo está en el origen de la radicalización violenta, es necesario detectar sus signos.
¿Y cuáles son esos signos de radicalización? Son, a sus ojos, todo lo que connota una práctica religiosa. Ese es el problema. Se dedica el tiempo a identificar, en las escuelas, a los jóvenes que van a los vestuarios a rezar, a las chicas que llevan pañuelo, etc., con la esperanza de detener la radicalización.
Pero los poderes públicos están perdiendo totalmente el norte. La radicalización tiene lugar en otros lugares, y no son las mezquitas tampoco.
M.E.E.: ¿Por qué esta radicalización opera tan bien dentro de la pequeña comunidad chechena, de la que proviene Abdullakh Anzorov, el asesino de Samuel Paty, profesor en Conflans:Sainte:Honorine?
[Las nuevas generaciones] están completamente enmarcadas en la nueva cultura individualista globalizada. Están en sintonía con el neoliberalismo que dice, en definitiva, que cualquier individuo puede volverse muy rico o muy famoso.
O.R.: Hay que ver ahí el peso de dos guerras [en Chechenia]: la de 1992 y la de 1999. Estamos hablando de los hijos de quienes vivieron ambos conflictos. Fueron dos periodos terribles con, en el segundo, una dimensión de «guerra civil» con torturas, masacres, violaciones… Hay un trauma que, como suele ocurrir, marca a la segunda generación y a quienes no vivieron este periodo.
Luego está el fenómeno de la pérdida cultural de esta segunda generación. Los chechenos están muy vinculados unos con otros, pero no han recreado barrios chechenos. Están muy dispersos. De hecho, los franceses dicen de ellos que están bien integrados… sí, bueno, están en colegios públicos, son blancos, etc.
Sin embargo, para una pequeña parte de estos jóvenes, existe una radicalización que no se basa en el nacionalismo checheno. No solo se perdió la guerra, sino que además fue una guerra civil. Su radicalización se basará entonces en la umma [comunidad musulmana], en el islam en general, con la idea de que sus padres no estuvieron a la altura de las circunstancias. Estos perdieron la guerra, puesto que llegaron [a Francia] como refugiados políticos.
M.E.E.: Más que religión, la unidad familiar parece jugar un papel central en las trayectorias de estos autores de atentados…
O.R.: Sí, casi siempre hay una ruptura generacional en estas trayectorias. Además, los padres del tunecino de Niza o del checheno de Conflans-Sainte-Honorine parecen abrumados, con esa frase recurrente: «No entendemos».
Aun así, a veces, más raramente, existe la unidad familiar que se vuelve terrorista, como la familia Merah. También tenemos casos de adultos, bastante recientes, como Mickaël Harpon [asesino de policías] en 2019 en la prefectura de París.
Hoy tenemos más anomia, es decir casos atípicos. Pero de 1995 a 2015, y tanto en el caso de los jóvenes chechenos en Francia como el del macedonio en Viena, la gran mayoría de los terroristas eran inmigrantes de segunda generación.
M.E.E.: En los perfiles también hay menos francomagrebíes…
O.R.: Sí, y además se da el mismo fenómeno en Inglaterra. Hace diez años, los terroristas eran esencialmente británicos de origen indo-paquistaní. Ahora, en los últimos ataques con arma blanca en Londres, hay una mayor variedad de perfiles.
Yo diría que se ha agotado la segunda generación. Tanto en Gran Bretaña como en Francia, desde la llegada de los musulmanes de la primera generación de inmigrantes —trabajadores, en los años sesenta y setenta— estamos ya en la tercera generación.
Lo interesante es que apenas hay miembros de la tercera generación involucrados en los ataques. Se trata de franceses cuyo abuelo vino a Europa. No se pasan al terrorismo. Aunque también tienen motivos para no estar contentos. No todos han llegado a ser doctores o abogados.
M.E.E.: ¿Por qué Francia está en el centro del problema de la radicalización?
O.R.: Tiene mucho que ver con el asunto de las caricaturas. La primera razón está ligada a una ambigüedad en el discurso del Estado y por ende del presidente Emmanuel Macron. Intentó deshacerla durante la entrevista concedida el sábado 31 de octubre a Al Jazeera. Pero esta no se dirigía a los franceses.
El gobierno parece estar defendiendo las caricaturas en lugar de defender la libertad de expresión. Y lo que hay entre una postura y otra no es un simple matiz.
Cuando dice: «No cederemos en el tema a las caricaturas», da la impresión de que el gobierno francés apoya las caricaturas y quiere obligar a los musulmanes a verlas. No es esa realmente la política del gobierno, pero esta insistencia en mostrarlas sistemáticamente revela un problema.
Charlie Hebdo hace lo que quiere. El Estado debe garantizar la libertad de expresión, pero la gente no tiene obligación de comprar Charlie Hebdo. El gobierno parece estar defendiendo las caricaturas en lugar de defender la libertad de expresión. Y lo que hay entre una postura y otra no es un simple matiz.
En segundo lugar, la política francesa tiene como objetivo, como decíamos, detectar pequeñas señales de religiosidad. Diga lo que diga el gobierno, lo que se cuestiona es la práctica pública del islam. Esta postura aumenta las tensiones porque ejerce presión sobre los musulmanes normales y corrientes, mainstream. Esta carga los paraliza y les impide mostrar un ejemplo de islam ciudadano. Están constantemente bajo una especie de tutela gubernamental.
M.E.E.: Más allá del discurso del gobierno francés, ¿en qué medida la figura de Emmanuel Macron cristaliza un rechazo, no a lo que representa, sino a lo que él es? Durante la crisis de los chalecos amarillos, la violencia simbólica en su contra ya se había suscitado…
O.R.: Creo que paga tanto la personalización del poder como, digamos, una cierta arrogancia. Tiene un enfoque pedagógico consistente en decir: «Voy a explicarles lo que hay que pensar». No sienta bien.
Como usted dice, vimos esto durante la crisis de los chalecos amarillos. El rechazo que provoca, con razón o sin ella, de la crisis de los chalecos amarillos a la del COVID, va más allá de la gestión del «separatismo» [contra el que dice querer luchar]. Y cabe señalar que los medios de derechas no parecen estarle en absoluto agradecidos por su alineación con la temática favorita de estos medios respecto al islam.
Fuente original: Middle East Eye
Sin comentarios