Artículo publicado en Aljazeera por el organizador y educador Asad Dandia, en el que aborda las controversias actuales de Francia y Estados Unidos con respecto al islam. Como concluye el autor, estas controversias trascienden el islam y el mundo musulmán, y afectan al liberalismo en su conjunto, sus valores y sus modos de acción. Una aproximación original a los factores estructurales tras la islamofobia y la visión del Otro musulmán.
El mes pasado, el presidente francés Emmanuel Macron declaró en un discurso a la nación: “En la actualidad, el islam es una religión en crisis en todo el mundo”. En ese mismo discurso, presentaba un programa político para reforzar la laicidad del Estado, la singular iteración del secularismo en Francia que limita severamente la religión de la esfera pública. Desde entonces, la brutal decapitación de un profesor, el apuñalamiento de dos mujeres musulmanas, y los conflictos diplomáticos han reavivado las preocupaciones en torno al conflicto entre islam y laicidad.
Se ha escrito mucho sobre la instrumentalización de la laicidad en Francia como forma de discriminación de los musulmanes. También sobre la historia del liberalismo francés como justificación de la brutal colonización de millones de personas en Asia y África (lo que se llamó “misión civilisatrice” o misión civilizadora). La violencia es una parte de la historia francesa tan importante como lo son la triada “liberté, égalité et fraternité” (libertad, igualdad y fraternidad).
Sin embargo, cuando se habla de la contribución de Francia a la modernidad, solo nos referimos a esta última. Hay un escaso reconocimiento de la cara negativa del liberalismo, y de la violencia sin precedente ejercida en el pasado, y en la actualidad, contra los Otros históricos. Sin embargo, los musulmanes, habiendo cargado con el peso del colonialismo (francés y de otros países), el imperialismo y la violencia racista, lo conocen demasiado bien. De hecho, para muchos, el llamamiento de Macron a un “islam de la ilustración” representa sólo un paso más en esa historia.
Cuando leí por primera vez los comentarios de Macron sobre el islam en crisis, la primera pregunta que me vino a la cabeza fue: ¿quién es este “islam”? Y, ¿le ha consultado alguien? Lo cierto es que la cuestión del “islam” como elemento opuesto a la ilustración liberal ha sido tan discutida que no es necesario volver a examinarla aquí. Analicemos, sin embargo, la afirmación de Macron: ¿Esta el islam en crisis? Para responder a esta pregunta, debemos comenzar definiendo los términos que la conforman.
Si por “islam”, Macron se refiere a las minorías musulmanas del norte de África y Europa Occidental, entonces, no, al contrario, nunca ha habido un momento más emocionante para ser musulmán. De hecho, es precisamente en “Occidente”, que Macron y sus predecesores consideran la antítesis del islam, donde están surgiendo los discursos más prolíficos entre musulmanes.
La llegada de la alfabetización masiva, la migración masiva y las tecnologías de la información (incluyendo las redes sociales) han promovido una vibrante transformación cultural e intelectual entre los musulmanes del Norte global, a un nivel que las generaciones anteriores no podrían haber imaginado. Nunca tantos musulmanes habían estado tan activos estudiando, interpretando, contestando y encarnando su tradición como en la actualidad.
Las mujeres musulmanas están sacando a la luz sus subjetividades para reivindicar su agencia y desafiar la autoridad tradicional en la exégesis, la ética, la política y más, sin la necesidad de recurrir a salvadores liberales blancos. Los musulmanes negros o de descendencia africana, cuya larga historia de resistencia en las Américas está muy documentada, se encuentran a la vanguardia de la justicia social, organizando y llamando a imaginar un mundo más allá de la vigilancia policial, las prisiones y la lógica carcelaria de los Estados-nación.
El creciente cuerpo literario sobre el islam en lengua inglesa producido por musulmanes, tanto a nivel académica como en el marco normativo confesional (con ambos a menudo retroalimentándose), es un ejemplo del florecimiento del islam en Occidente. Podemos afirmar que el inglés, antaño lengua del Imperio, ha sido adoptada por sus súbditos y descendientes ahora globalizados, y es ahora una lengua tan “islámica” como el persa o el malayo.
En la actualidad, las comunidades musulmanas dedican menos esfuerzo a lograr un asiento en la mesa y más a construir sus propias mesas, sin tener que complacer al poder.
Después del 11-S, los musulmanes, sobre todo en Estados Unidos, fueron obligados a posicionarse como patriotas leales comprometidos con los mitos del excepcionalismo americano para evitar ser sospechosos de constituir una quinta columna. Durante mucho tiempo, los musulmanes buscaron “un asiento en la mesa” para demostrar su lealtad.
En la actualidad, las comunidades musulmanas dedican menos esfuerzo a lograr un asiento en la mesa y más a construir sus propias mesas, sin tener que complacer al poder. Están articulando una conciencia con un sentido agudo de las distintas estructuras de violencia islamófoba responsable, en parte, de su expropiación global, subyugación, vigilancia y demás. Y sí, esto incluye oponerse a la violencia de Estado ejercida por Estados como Estados Unidos o Francia.
Como otras tradiciones que desafían la hegemonía del orden dominante global del capitalismo racial y el supremacismo blanco, sean las tradiciones negra, indígena, marxista o feminista (todas ellas transversales y complementarias), la tradición islámica se ha labrado un lugar como corriente propia, con unas críticas y unos postulados construidos sobre una experiencia de 1400 años que se extiende desde América a Marruecos e Indonesia. Considero que es una prueba de la riqueza y el dinamismo de la comunidad musulmana, frente a las acusaciones de estancamiento y atraso.
La crisis del “mundo musulmán”
Pero, ¿y si con islam, Macron se refería al mundo musulmán?
No hay duda de que el “mundo musulmán” (entre comillas porque la categoría es problemática) tiene problemas. La Primavera Árabe ha dejado resultados mixtos, devastadores en el caso de Siria, Libia y Yemen. La ocupación israelí de Palestina y la ocupación de la India de Cachemira continúa. Los movimientos nacionalistas de derechas se han hecho con el control o han ganado terreno en Turquía y Paquistán.
Los disidentes continúan siendo apresados en Irán. Las monarquías del Golfo mantienen una fachada de liberalización social ensombrecida por la represión de derechos políticos. Iraq y Afganistán continúan sumidos en un sinfín de luchas de poder como consecuencia de las interminables guerras estadounidenses. Los Balcanes son testigo del resurgimiento de los mismos identitarismos excluyentes que condujeron al genocidio bosnio. Mientras tanto, los musulmanes rohingya en Myanmar y los musulmanes uigures viven un genocidio en la actualidad.
A pesar de que muchas de estas crisis se solapan, cada una es consecuencia de unas circunstancias históricas particulares que exigen un análisis riguroso que escapa al alcance de este artículo. Tan sólo un vistazo a los factores que los conforman deja claro que estas crisis difícilmente pueden incluirse en un discurso totalizante sobre el “islam en crisis”, un discurso que sólo sirve para evitar abordar las complejas historias que han conducido al “mundo musulmán” a su situación actual.
Lo que esta mirada ignora es que, a pesar de estas consecuencias, el espíritu de la Primavera Árabe sigue vivo y se ha extendido a Iraq, Argelia, Sudán y Líbano el pasado año. La lucha de los palestinos y los cachemires por la justicia y los derechos contra las democracias aparentemente liberales continúa. Los movimientos de mujeres y minorías continúan rebelándose contra la discriminación, el patriarcado y la violencia de Estado en Turquía, Pakistán e Irán.
Los disidentes en el Golfo rechazan alinearse con sus autócratas y elevan sus voces contra la represión. Los musulmanes en la India han protagonizado manifestaciones masivas en reivindicación de sus derechos. Los activistas uigures rechazan permanecer en silencio, incluso cuando el mundo hace la vista gorda a su sufrimiento.
Lo que se está ignorando es el papel de los gobiernos liberales de Estados Unidos y Francia como defensores de los sistemas autoritarios y opresivos a los que dicen oponerse.
Por todo lo anterior, la justicia es una cuestión de cuándo, no de si ocurrirá. Contra todo pronóstico, la población musulmana y sus aliados continúan demostrando que cuando el mundo te ofrece lo peor, ellos pueden responder con lo mejor. Ante el Faraón, los musulmanes se vuelven Moisés.
Lo que también se está ignorando es el papel de los gobiernos liberales de Estados Unidos y Francia como defensores de los sistemas autoritarios y opresivos a los que dicen oponerse. Estados Unidos y Francia son aliados incondicionales de Israel, India, Egipto y los Estados del Golfo. Todos ellos disfrutan del apoyo acrítico de Occidente y sus armas. Paradójicamente, incluso Irán, un enemigo declarado de Occidente, se beneficia cuando las sanciones y amenazas a su soberanía permiten a los líderes iraníes reforzar su legitimidad nacional.
El problema del liberalismo
Debemos cuestionar un liberalismo en el que los aviones de guerra y las empresas estadounidenses y francesas cruzan las fronteras en un sentido, mientras se impide a los refugiados cruzarlas en sentido contrario; en el que los progresos del liberalismo dependen del afianzamiento de los regímenes y políticas despóticas; en el que la antigua explotación colonial por las metrópolis imperiales es ahora extorsión poscolonial, sanciones y amenazas por parte de las instituciones y empresas internacionales.
Cuando el mundo en general está siendo testigo de un surgimiento sin precedentes de los movimientos de extrema derecha, el derrumbamiento de las instituciones de gobierno, un aumento de la desigualdad y una inminente catástrofe climática, es sorprendente que alguien pueda sugerir que los musulmanes o el “islam” son los únicos que están en crisis. Sería mejor que comprendiésemos que nuestros desafíos están interconectados, y que sugerir que el “islam” es el único (o incluso una parte importante) objeto analítico o factor explicativo de la crisis es, cuanto menos, flojo.
Es el liberalismo (la filosofía política que surgió de la Ilustración y que promovió la libertad, la igualdad y la autonomía) el que está en crisis.
De hecho, es el liberalismo (la filosofía política que surgió de la Ilustración y que promovió la libertad, la igualdad y la autonomía) el que está en crisis. Sus ideales difícilmente pueden ser considerados exclusivos de Europa, encontrándose como se encuentran en numerosas tradiciones no europeas, pero es la tendencia europea la que domina el escenario global en la actualidad.
Desde la izquierda, el liberalismo es acusado de haberse construido sobre la expropiación violenta y racista de los Otros históricos y el nacimiento de un sistema de desigualdad global que existe en la actualidad. Sus defensores más fervientes incluyen al filósofo estadounidense Cornel West y al escritor indio Pankaj Mishra. Estos críticos afirman, con respecto a los Estados liberales, que “las gallinas siempre vuelven al gallinero”, y que la violencia que infringieron sobre la población mundial ha mostrado sus fisuras, y ya no puede ser ocultada bajo un velo de igualdad y libertad, a las que estaban subordinadas en primer lugar.
Mientras que los críticos de la izquierda celebran las libertades del liberalismo con la intención de trascender con ellas la economía política, los críticos del liberalismo de derechas (como, por ejemplo, los académicos estadounidenses Patrick Deneen y Adrian Vermeule) culpan a sus propios pilares. La consideran una ideología atomizadora y asfixiante que desconecta a los seres humanos de todo sentido de comunidad o de compromiso social con los demás. A pesar de que la izquierda y la derecha no están de acuerdo en la solución, ambos reconocen que el liberalismo llega a su fin. Hasta el politólogo Francis Fukuyama, santo patrón del liberalismo, hace sonar las campanas de alerta.
Y, sin embargo, a pesar de que el reloj del juicio final sigue avanzando, los defensores del liberalismo continúan agitando las mismas fórmulas que condujeron a la crisis mundial en primer lugar. Y, mientras que contemplan la libertad ofrecida por el liberalismo como un fruto de su labor, no se consideran responsables del despotismo sobre el que se ha apoyado. Se atribuyen a sí mismos los éxitos del liberalismo (la libertad, igualdad y autonomía), al tiempo que nos atribuyen sus fracasos (los siglos de explotación que han conducido a la desigualdad global y la crisis climática) a “todos nosotros”.
Como destaca el antropólogo británico Talal Asad:
“Me parece increíblemente irónico, por cierto, que hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, si no más tarde, la civilización europea (o cristiana) se declarase triunfalmente la creadora del mundo moderno; y que, sin embargo, ahora que se enfrenta a un futuro amenazante, sea más común oír hablar de la autodestrucción del ser humano, como si los campesinos y las clases trabajadoras del mundo tuviesen la misma responsabilidad sobre el futuro que las industrias, los militares, los banqueros y los fabricantes de armas.”
A los condenados de la Tierra, como los llamó el filósofo anticolonial Frantz Fanon, nunca se les ha reconocido los frutos del liberalismo, y, sin embargo, se les hace responsables de sus venenos. ¿Por qué?
Macron puede descansar sabiendo que el islam estará bien, que los musulmanes superarán su crisis y muchas otras en el futuro. En cuanto a los que nos preocupamos por la humanidad en su conjunto, ahora es el momento de reflexionar todos juntos, de apoyarnos los unos en los otros, y de escuchar con un espíritu de apertura y empatía, mientras nos enfrentamos a una crisis global que amenaza tanto a musulmanes como a no musulmanes.
Quién sabe, puede que este “islam” pueda aportar una o dos cosas sobre cómo abordar esta crisis del liberalismo.
Fuente: Aljazeera
Traducción: Alfonso Casani – FUNCI
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