Manifiesto publicado desde el ámbito académico francés, en el que un grupo de investigadores especializados en el mundo árabo-musulmán deconstruyen la posición de Francia hacia el islam y su actual política contra el llamado “separatismo islamista”.
Somos investigadores y trabajamos principalmente, aunque no de forma exclusiva, sobre sociedades musulmanas. Nos encontramos ante un momento en que los debates sobre el separatismo, iniciados con el «Llamamiento de los 100 intelectuales contra el «separatismo islamista»» (marzo de 2018), han conducido a una ofensiva en toda regla contra personas de confesión musulmana: ataques a la mezquita de Bayona, incendio de mezquitas en Lyon, pintadas islamófobas en las paredes de varias mezquitas, el caso de la madre velada expulsada de una visita escolar a la sede del Consejo Regional de Borgoña Franche-Comté, los casos de Imane Boun y Maryam Pougetoux…, por mencionar únicamente aquellos que han tenido cobertura mediática. Se trata, también, de un momento en que asuntos poco representativos de los problemas con los que se enfrentan los musulmanes en Francia (como son profesores de lengua árabe procedentes de países arabófonos, certificados de virginidad, etc.) están siendo utilizados políticamente y de manera desproporcionada, y en el que, sobre todo, se está instrumentalizando el laicismo para estigmatizar a las mujeres con hiyab. En este contexto, consideramos importante posicionarnos y aclarar algunos puntos.
La República Francesa ha construido históricamente sus propios separatismos. En lo que a las religiones se refiere: el régimen del concordato, que reconoce y organiza los cultos católico, luterano, reformado e israelita en Alsacia-Mosela, no fue derogado por la ley de separación de la Iglesia y el Estado de 1905 (ya que el territorio era entonces parte de Prusia) y ningún gobierno lo ha cuestionado desde entonces. En Argelia, durante el período colonial, cuando estaba conformada por departamentos franceses (1848-1962), la ley de 1905 y el principio de laicidad no tuvieron sino una aplicación muy limitada. Y contrariamente a lo que afirmó Emmanuel Macron en su discurso sobre el «separatismo islámico» (2 de octubre de 2020), al afirmar que «cuando se aprobó la ley de 1905, el islam no era una religión tan presente», es necesario señalar que esto era cierto en la Francia metropolitana, pero ya estaba muy presente «en nuestro país», particularmente en los departamentos de Argelia (así como en Mayotte, por no hablar de las demás colonias francesas), hasta el punto en que ya era, en esta época, la segunda religión de Francia*. La aparición del neologismo islamofobia en la década de 1910 debe situarse en ese contexto colonial.
También fue en nombre de una supuesta «misión de emancipación femenina»** como se desarrollaron, al igual que sigue ocurriendo hoy en día, los ataques contra las mujeres musulmanas con hiyab, y contra los musulmanes en su conjunto***. Este discurso condescendiente, basado en la ideología colonial —que pretende saber mejor que las poblaciones afectadas lo que es bueno para ellas— produce finalmente los mismos efectos desastrosos. Les excluye de las comunidades humanas y sociales en nombre de una ilusoria misión de «salvación pública»; contribuye al proceso de dominación, invisibilizando las voces de las personas directamente afectadas, sobre todo los musulmanes y las mujeres con hiyab; condena a esta población a una constante posición de minoría de edad, de ciudadanos de segunda clase; la señala como perturbadora del orden público. Pero también contribuye a radicalizar las posiciones de ciertos miembros de esas poblaciones (o que se identifican con ellas)****.
La noción de asalvajamiento utilizada por el ministro del Interior, Gérald Darmanin, está tomada de la extrema derecha y también remite a la ideología colonial y a las tesis evolucionistas que la legitimaron. Antaño se trataba de «civilizar a los salvajes», y, ahora, se trata de asegurar que sus hijos no vuelvan a caer en el «estado de salvajismo» que les resultaría «natural».
En cuanto al «separatismo islámico», que fue el objeto fundamental del discurso de Emmanuel Macron, es en cierto modo una extensión del tropismo colonial hacia el islam. El término islamismo, empleado desde el siglo XIX como sinónimo de islam (por parte de Ernest Renan, por ejemplo), se ha utilizado desde entonces de manera sibilina para calificar la religión, su dimensión política o sus veleidades de expansión política. La ambivalencia del término persiste hasta el punto en que, a día de hoy, aún es común ver cómo conciudadanos nuestros son calificados de «islamistas», incluso siendo agnósticos o librepensadores, en cuanto se les asocia con la cultura musulmana. La histeria que arrastró a gran parte de la clase política y mediática con motivo de la Marcha contra la Islamofobia del 10 de noviembre de 2019 es, desgraciadamente, uno de los ejemplos más burdos de ello. Esta ambivalencia es la que Emmanuel Macron mantiene, en cierto modo, en su discurso sobre el separatismo islamista.
En sus palabras habita, sin duda, la ambición de controlar las manifestaciones públicas y privadas del hecho (religioso) musulmán y plantear el islam como el gran problema público.
En sus palabras habita, sin duda, la ambición de controlar las manifestaciones públicas y privadas del hecho (religioso) musulmán y plantear el islam como el gran problema público. El proyecto de ley anunciado por Emmanuel Macron para «reforzar la laicidad», tal y como él mismo lo ha desarrollado y presentado, no tiene a la postre más resultado que el de retratar al musulmán como enemigo irreductible cuyo culto, presencia y acción en suelo republicano deberían ser objeto de un mayor control. No se ocupa de los otros potenciales «separatismos», ni de otros cultos o movimientos asociativos, varios de los cuales no son ni mixtos, ni seculares, ni están siquiera inspirados por «ilustración» alguna. No aborda de frente la cuestión del terrorismo y el fanatismo —a los que también se han enfrentado los países mayoritariamente musulmanes, como fue el caso de Argelia durante los años noventa—, terrorismo y fanatismo que, por lo demás, no son específicos de ámbitos vinculados al islam (podemos citar, por ejemplo, los atentados de Olso, Utoya y Christchurch, o aquellos cometidos contra mezquitas en Quebec o Bayona, entre otros).
¿Qué se les reprocha, finalmente, a las comunidades musulmanas de Francia? ¿El hecho de haber tenido que adaptarse, mediante solidaridades vecinales, a los guetos creados por la propia República? Basta con visitarlos para comprender que la República está lejos de ser una e indivisible, de tan ausentes que están tanto las instituciones como, sobre todo, los servicios públicos. La crisis de la Covid ha puesto de manifiesto la falta de centros de salud en Seine-Saint-Denis. Basta con ver los escasos medios que se han invertido en la escuela pública republicana de estas periferias urbanas, al tiempo que el Estado concede, bajo contrato, medios importantes a escuelas privadas dirigidas por instituciones religiosas (¿se ha medido acaso el grado de diversidad interna de estas escuelas?). ¿Tan rápido se ha olvidado que la enseñanza del árabe en la escuela republicana fue prácticamente abandonada, dejando la mezquita como única opción para quienes deseaban familiarizarse con la lengua de sus padres? Todas estas preguntas son a las que habría que responder, en lugar de echar la culpa al retraimiento de un sector de la población con respecto a una República que a menudo no tiene de ello sino el nombre, tan lejos parece estar del ideal igualitario. En medio de los sempiternos debates sobre el velo, las jóvenes musulmanas a menudo solo tratan de escapar del patriarcado y del control del cuerpo de las mujeres. En su gran mayoría, los musulmanes de Francia únicamente buscan huir de las amalgamas que sostienen los representantes de la República, atraídos con demasiada frecuencia por el afán de llegar a los votantes de extrema derecha, incluso a riesgo de avivar el fuego. ¿Y si el llamado separatismo no fuera sino el signo de una exclusión creciente de sectores enteros de la sociedad, que la crisis actual ha vuelto a poner ante nuestros ojos? La torpeza, la ineptitud incluso, que presenta nuestra clase dominante en este aspecto, ¿no se estará ocultando a base de enmascarar sus nefastas consecuencias, y en concreto de transformar el descontento de las personas excluidas con los problemas políticos? ¿Están actuando como bomberos pirómanos?
Esta manipulación del debate público no nos engaña. La realidad es, por desgracia, bien distinta. Durante el período colonial, mientras se pretendía civilizar a los indígenas musulmanes de Argelia (separados política y cívicamente del resto de la población francesa; mientras que los judíos autóctonos obtuvieron la plena ciudadanía con el decreto Crémieux de 1870, derogado entre 1940 y 1943), las grandes empresas capitalistas y los grandes colonos franceses y europeos se apoderaron de la mayor parte de las tierras agrícolas. Hoy día, mientras se condena el ensalvajamiento de las mujeres con hiyab, el «separatismo islamista» y los musulmanes en general, las grandes corporaciones capitalistas y los accionistas se enriquecen como nunca y la brecha entre los más pobres y los más ricos es cada vez más profunda. Los poderes públicos abandonan los barrios populares y las zonas marginales. Ahora, como antes, la cuestión del islam se utiliza como espantajo para ocultar el separatismo capitalista.
Firmantes
Raberh Achi, ENS, Centre Maurice Halbwachs
Zakia Ahmed, INALCO, Centre d’études en sciences sociales sur les mondes africains, américains et asiatiques.
Sophie Bava, IRD, Laboratoire Population – Environnement – Développement.
Laurent Bazin, CNRS, Centre lillois d’études et de recherches sociologiques et économiques / Centre d’études en sciences sociales sur les mondes africains, américains et asiatiques.
Yazid Ben Hounet, CNRS, Laboratoire d’Anthropologie Sociale.
Sébastien Boulay, CNRS, Institut des Mondes Africains.
Etienne Bourel, Université Lumière-Lyon 2, Laboratoire d’Anthropologie des Enjeux Contemporains.
Anne-Marie Brisebarre, CNRS (emérita), Laboratoire d’Anthropologie Sociale.
Pascal Buresi, CNRS-EHESS, Laboratoire Histoire, Archéologie, Littératures des mondes chrétiens et musulmans médiévaux (UMR 5648) et Institut d’études de l’Islam et des sociétés du monde musulman (IISMM-UMS 2000).
François Burgat, CNRS (emérito), Institut de recherches et d’études sur le monde arabe et musulman.
Damien Calais, Université de Paris, Centre d’études en sciences sociales sur les mondes africains, américains et asiatiques.
Catherine Coquery-Vidrovitch, Université de Paris (emérita), Centre d’études en sciences sociales sur les mondes africains, américains et asiatiques.
Tarik Dahou, IRD, Patrimoines Locaux, Environnement et Globalisation.
Marie Dominique Garnier, Université de Paris 8, Laboratoire d’Etude de Genre et de Sexualité.
Véronique Ginouvès, CNRS, Maison Méditerranéenne des Sciences de l’Homme.
Juliette Honvault, CNRS, Institut de recherches et d’études sur le monde arabe et musulman.
Bernard Hours, IRD (emérito), Centre d’études en sciences sociales sur les mondes africains, américains et asiatiques.
Françoise Lorcerie, CNRS (emérita), Institut de recherches et d’études sur le monde arabe et musulman.
Catherine Miller, CNRS, Institut de recherches et d’études sur le monde arabe et musulman.
Barbara Morovich, École Nationale Supérieure d’Architecture de Strasbourg, AMUP.
Monique Selim, IRD (emérita), Centre d’études en sciences sociales sur les mondes africains, américains et asiatiques.
Christiane Vollaire, CNAM, Non-lieux de l’exil (EHESS, Institut Convergences Migrations).
Florence Wenzek, Université de Paris, CERLIS/CESSMA.
Notas
*Raberh Achi, « 1905 : Quand l’islam était (déjà) la seconde religion de France », Multitudes, 2015/2 : 45-52.
**Frantz Fanon, « L’Algérie se dévoile », Sociologie d’une révolution, 16-50. Paris: François Maspero, 1959.
***Lila Abu-Lughod. Do Muslim Women Need Saving ? Cambridge : Harvard University Press, 2013.
****Agnès De Féo, Derrière le Niqab, Paris : Armand Colin, 2020.
*****Charles Robert Ageron. Histoire de l’Algérie contemporaine, De l’insurrection de 1871 au déclenchement de la guerre d’Algérie (1954), T. 2. Paris : PUF, 1979.
Fuente original:
Traducción: Daniel Gil-Benumeya
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