Durante estos meses de pandemia estamos asistiendo a una polémica provocada por la difusión de la llamada «surat Kuruna», o azora del coronavirus, escrita en imitación a una azora coránica. Desde las filas radicales se ha producido una avalancha de insultos y amenazas en las redes sociales, mientras que desde Europa el incidente se he aprovechado para atizar el racismo anti musulmán. La respuesta desde una lectura islámica es, sin embargo, mesurada y alejada de todo extremo.
Daniel Gil-Benumeya – FUNCI
En marzo, coincidiendo con la extensión de la pandemia del Covid-19 y las medidas de confinamiento en todo el mundo, una joven tunecina compartió en su perfil de Facebook un poema humorístico y apócrifo sobre la situación inédita que se estaba creando. El poema, escrito en árabe clásico, imita el estilo de los versículos coránicos y de hecho lleva el título de surat Kuruna, «azora del Corona[virus]». Recordemos que las azoras, o suras, son cada uno de los 114 capítulos en los que se divide el Corán. La autoría del poema (del que existen, al menos, un par de versiones en árabe) sigue siendo anónima, por lo que las intenciones de su autor o autora, de momento, se desconocen. Pero cabe pensar que la adopción de un lenguaje pararreligioso quizás pretendía concienciar, de forma irónica, sobre la necesidad de tomarse muy en serio la pandemia y las medidas para atajarla, y también burlarse de las reacciones fundamentalistas de todo tipo. La versión compartida por la joven de Túnez dice más o menos lo siguiente:
Azora del Corona
¡Ay, el Covid,
el virus que extermina
y que causó asombro llegando de la lejana China!
Dijeron los infieles que era una enfermedad tozuda
mas no es así, sino muerte segura.
No hay hoy distinciones entre reyes y esclavos.
Preservaos, pues, usando la ciencia y de costumbres dejaos.
No salgáis ni a comprar harina,
quedaos en casa, pues es una prueba intensiva
y lavaos las manos con jabón nuevo.
Confiad en el Excelso Gel.
Como suele ocurrir en las redes sociales, la publicación encendió una polémica mediática que acabó en denuncia e inicio de un proceso judicial contra la joven por ofensa a la religión. El delito de blasfemia no existe en el ordenamiento tunecino pero, igual que en España, se pueden perseguir las ofensas religiosas interpretando extensivamente otras leyes.
Como suele ocurrir, también, esto tuvo el efecto de generar un efecto reactivo en defensa de la libertad de expresión y una difusión exponencial del poema, que pasó de ser una broma más o menos restringida a ocupar titulares de prensa. Parece ser que una joven francesa de origen argelino recibió insultos y amenazas de muerte por replicar el poema, mientras que en Barcelona otra mujer se grabó salmodiándolo en el estilo de las recitaciones coránicas, y ha sido igualmente objeto de insultos durísimos, acoso y amenazas. Como siempre que la ocasión lo permite, no ha faltado quien ha relacionado estos extremos con una supuesta violencia inherente al islam.
¿Ciencia y prevención?
En sí, el poema no contiene nada ofensivo hacia el islam. Incluso la invitación a confiar más en la ciencia y la prevención que en las creencias y costumbres está totalmente en consonancia con la exhortación coránica a usar el buen juicio y el criterio propio en vez de la imitación, así como con la tradición islámica en materia de medicina preventiva.
El propio presidente tunecino leyó hace no mucho, públicamente, un poema satírico en el que imita el estilo coránico para ironizar sobre la influencia occidental en las constituciones árabes.
De hecho, la inmensa mayoría de las instituciones islámicas a lo largo y ancho del mundo han adoptado medidas preventivas y de cooperación social durante la pandemia, cerrando las mezquitas y suprimiendo globalmente, por primera vez en la historia, la celebración pública del ramadán. Cierto es que también desde el ámbito del islam ha habido reacciones airadas y manifestaciones de ignorancia ante estas medidas preventivas, como las ha habido en todas partes (España es un ejemplo de ello en los últimos días), pero igual que en otros lugares representan la excepción y no la norma, por mucho que cierta prensa se empeñe en hacer ver lo contrario. No tendría por qué haber contradicción, por tanto, entre la falsa azora y la práctica islámica.
Quizás lo que se percibe como ofensivo es, por un lado, el hecho de imitar el libro sagrado, aunque no lo sea en sí el contenido de la imitación, y por otro las intenciones provocadoras que se infieren del poema y su difusión.
Poetas clásicos
En cuanto a lo primero, cabe recordar que la imitación del Corán no es algo inusual. Uno de los grandes poetas clásicos de la literatura árabe, Abu al-Tayeb al-Mutanabbi, del siglo X, debe su apodo —que significa «el que se las da de profeta»— al hecho de haber compuesto en su juventud unos versos para desafiar la presunción de inimitabilidad del Corán. Esa transgresión no le impide ser un icono de la cultura árabo-islámica, como tampoco a Abu-l-Alá al-Maarri, Abú Nuwás, Omar Jayyam y otros autores que hicieron cosas similares.
No son por tanto inhabituales las imitaciones y paráfrasis del Corán, animadas unas veces con ánimo de polemizar con el islam y otras simplemente como recurso retórico. Hay que tener en cuenta que el Corán es también una obra literaria, y como tal influye en la lengua y en la estilística árabes. Por ejemplo, como han recordado estas semanas las redes sociales en Túnez, el propio presidente tunecino leyó hace no mucho, públicamente, un poema satírico en el que imita el estilo coránico para ironizar sobre la influencia occidental en las constituciones árabes.
Defender el Corán
En realidad, si se cree que el Corán es de origen divino, como establece la creencia islámica, parece lógico concluir que es inimitable e inviolable per se, y por tanto no requiere de ninguna defensa ni profilaxis, pues no hay ofensa que se pueda hacer a lo que es más grande (akbar) que todas las cosas y por tanto está más allá de ellas.
Así parece indicarlo el propio Corán cuando exhorta a los creyentes a reaccionar frente a la blasfemia simplemente apartándose y absteniéndose de perder el tiempo en discusiones:
«Cuando veas a quienes se burlan de Nuestras señales aléjate de ellos hasta que se ocupen de otra cosa diferente» (6: 69), idea que se reitera en otro versículo:
«Y, en verdad, Él os ha ordenado en esta escritura divina que cuando oigáis a la gente negar la verdad de los mensajes de Dios o burlarse de ellos, evitéis su compañía mientras no cambien de conversación» (4: 140).
También prohíbe el Corán ofender las creencias de los demás:
«Y no insultes a quienes ellos invocan en lugar de Dios, para que ellos no insulten a Dios, reaccionando con hostilidad y sin conocimiento. Hemos hecho aparecer gratas a cada comunidad sus propias obras. Luego regresarán hacia su Señor y Él les informará de lo que en realidad hacían» (6: 108).
Poema sarcástico
El problema, más que en la imitación del Corán, está en el mensaje que se pretende comunicar con este poema sarcástico, o más bien lo que cada cual cree entender. Como en toda situación comunicativa, el contexto, el canal y la recepción pueden hacer que el mensaje adquiera connotaciones muy diferentes, y las redes sociales propician que se den lecturas simultáneas en una gran diversidad de contextos.
El propio Corán exhorta a los creyentes a reaccionar frente a la blasfemia simplemente apartándose y absteniéndose de perder el tiempo en discusiones.
En Túnez, donde la religión islámica constituye la normalidad mayoritaria y es, además, bandera de algunas organizaciones políticas de carácter conservador, una ironía sobre el Corán puede ser una manera de reivindicar el derecho a transgredir esa normalidad. Cualquier creencia o idea política es susceptible de convertirse en instrumento de control social, y qué duda cabe de que el islam es utilizado también con esa función ideológica allá donde está institucionalizado, a pesar de los mandatos coránicos: «No cabe coacción en la religión» (2: 256), «quien quiera creer, que crea, y quien quiera negarse a creer, que no crea» (18: 29) y otros similares. En ese punto, lo deseable sería que los agravios se resolvieran en el plano del discurso y no convirtiendo la religión en ley y la transgresión en delito, porque la creencia es libre. Y, en todo caso, conviene siempre recordar que el sentido del humor puede ser una de las bases más poderosas de la espiritualidad.
Instrumentalización islamófoba
Por el contrario, en el contexto europeo o en un contexto deslocalizado, donde la islamofobia es un recurso de racismo y control social contra las poblaciones musulmanas, cualquier mensaje que pueda ser instrumentalizado en contra del islam adquiere, como es lógico, un carácter bien diferente y suscita otras reacciones. Hemos asistido durante esta pandemia, por ejemplo, a la inusitada violencia institucional, mediática y física ejercida en la India contra la minoría musulmana, en la que se ha acusado a los musulmanes de propagar intencionadamente el virus del Covid y casi de ser la encarnación misma del virus, con imágenes y argumentos muy cercanos a los viejos clichés antisemitas de la Europa de hace un siglo.
También en Europa han corrido por redes sociales acusaciones falsas contra las comunidades musulmanas y contra personas de origen magrebí o cualquier otro asimilado al islam, de estar violando el confinamiento, abriendo mezquitas y gozando de privilegios vetados a la mayoría de la población. Igualmente, hemos asistido en algunos países —España entre ellos— a un aumento de la violencia policial y los controles por perfil racial. En ese panorama, una polémica que mezcla el libro sagrado del islam y el Covid puede convertirse en un modo de contribuir a engrosar un discurso islamófobo que tiene efectos reales en las poblaciones musulmanas o consideradas como tales, en su percepción social y en las políticas represivas y de control que se les aplican.
Una polémica que mezcla el libro sagrado del islam y el Covid puede convertirse en un modo de contribuir a engrosar un discurso islamófobo.
Por último, también en esta polémica tiene una importancia crucial el canal comunicativo. Las redes sociales, además de contribuir a una pérdida indudable de la profundidad comunicativa y los matices, son un terreno desgraciadamente abonado para el acoso y la violencia verbal. Intimidación, presión, amenazas, críticas continuadas, revelación de datos personales, localización a través de la red para acoso presencial, mensajes ofensivos y descalificativos, suplantación de identidad, ataques a la reputación, creación de perfiles falsos, etc. son algunas de las características que definen el ciberacoso y muchas de ellas se han hecho moneda corriente en las interacciones en redes a poco que un mensaje tenga cierta difusión y toque cualquier tema medianamente polémico en relación con cualquier cosa. El riesgo de sufrirlo aumenta exponencialmente cuando las potenciales víctimas son mujeres, pero no se libra nadie, ni siquiera el presidente del gobierno, aunque en su caso goce de una protección de la que el resto de los ciudadanos carecen.
Por esa razón, relacionar las amenazas proferidas por individuos anónimos en relación con la «azora del Covid» con el llamado terrorismo «islámico» o con la condena de Jomeini a Salman Rushdie parece más un ejercicio de instrumentalización islamófoba del problema que de análisis de la realidad.
Sin comentarios