La semana pasada, Mennel Ibtissem, una joven francesa concursante de The Voice que había conquistado al público con su versión de Hallelujah, abandonó voluntariamente el programa. Lo hizo después de que la atención se desviase de su música y se posase sobre su religión, y, a partir de ahí, sobre sus opiniones en torno al terrorismo, la libertad y la causa palestina. Su renuncia es un nuevo ejemplo de la mirada crítica bajo la que se encuentran los musulmanes que viven en Occidente.
Un sábado por la tarde, en una televisión francesa, una joven francesa se adelanta y canta una versión magnífica de Hallelujah. Las redes de extrema derecha se activan: lleva velo. Las redes de integristas musulmanes hacen lo mismo: lleva el velo demasiado corto. Las redes laicas también se involucran: a pesar de todo, lleva velo, debe esconder algo…
Qué ocasión perdida para tomar conciencia de lo que somos, de nuestras debilidades, equivocaciones, ignorancia y dudas.
Luego nos enteramos de que ha tuiteado comentarios absurdos de carácter conspiratorio. Más exactamente, los mismos comentarios que la mayoría de los profesores de Francia escucharon tras los atentados, en 2015 y 2016. Ni más ni menos. Como todos, Mennel es hija de su tiempo. La juventud no es una excusa, pero da derecho a equivocarse; así que ha pedido perdón.
Obviamente, ha condenado el terrorismo, pero no ha sido suficiente. Ha podido decir que ama a su país, se ha arrepentido de sus comentarios poco reflexionados, pero nunca será suficiente. Porque no podemos verla más, debe desaparecer, esfumarse, que se haga justicia.
Mennel ya no es una chica francesa interpretando en árabe una canción de un cantante judío, hermoso simbolismo. No, es una agente del enemigo. Es el mal con cara de ángel. El escudo del islamismo, ese concepto comodín que nos permite confundir un tuit absurdo con una complicidad criminal. Así es como algunos detractores de los complots, se involucran ellos mismos en uno.
La creación de un símbolo
Pobre Francia, que confunde los errores de su juventud con los horrores de su enemigo.
Un país triste en el que la opinión pública cree encontrar su salvación en el linchamiento público de una joven. Qué ocasión perdida para tomar conciencia de lo que somos, de nuestras debilidades, equivocaciones, ignorancia y dudas.
Y mientras nos abalanzamos sobre los desafortunados tuits de una francesa ordinaria, los agitadores se frotan las manos. Ya les hemos oído regocijarse en este enésimo folletín del “islam”. Mennel se ha retirado. La extrema derecha se felicitará por haber logrado que un musulmán retroceda. Los laicos se complacerán de haber triunfado sobre una chica con velo. Los integristas, en sus barrios y en internet, no tendrán mas que continuar con su trabajo mortífero, repitiendo a cada joven con el que se crucen: “Mennel es tu hermana, Mennel eres tú, Mennel somos nosotros”. Porque la identificación es irresistible. El símbolo ya está ahí, listo para usarse: Mennel es una parte de la juventud francesa a la que le han negado su parte de Francia.
Y, como suele suceder, los profesores se encontrarán en primera línea, intentando explicar a sus alumnos que, no, Francia no es islamófoba, que la laicidad protege a todos los ciudadanos por igual, que la libertad de expresión es una garantía del país. Por supuesto, vamos a hacerlo, es nuestra tarea y nuestro deber. Lo haremos con convicción y con empeño, pero en el fondo sabremos que mañana será aún más difícil que nuestros alumnos nos escuchen.
Fuente: Libération
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