En esta entrada recogemos esta magnífica reflexión del periodista Luis del Pino. Aunque han pasado varios años desde que la enunció, el debate en torno a la compatibilidad entre Islam y democracia continúa siendo vigente y es, a menudo, empleado como un argumento para defender los prejuicios contra los países de mayoría musulmana o, incluso, contra los propios musulmanes. Sin embargo, como muestra este artículo, no sólo es incorrecto afirmar que los países de religión musulmana no pueden adoptar un modelo democrático, sino que nuestra propia experiencia no dista mucho de la suya.
La tercera mayor democracia del mundo, con 237 millones de habitantes, es Indonesia. El 87% de la población es musulmana, a pesar de lo cual la libertad religiosa está constitucionalmente garantizada.
La indonesia no es una democracia perfecta, como tampoco lo son la española o la francesa. Pero es indudablemente una democracia, como reconoce el Democracy Index 2012 elaborado por The Economist. De hecho, analizando los distintos factores que permiten catalogar a un estado como democrático (pluralismo político, comportamiento del gobierno, cultura política de la población y libertades civiles), The Economist otorga a Indonesia un nivel de calidad democrática que supera al de Perú, El Salvador, Colombia o la República Dominicana.
La calidad de la democracia indonesia supera incluso, según The Economist, a la de dos miembros de la Unión Europea: Rumanía y Bulgaria.
No es el único caso: también Malasia (con 29 millones de habitantes, el 60% de los cuales son musulmanes) es una democracia, al mismo nivel que Perú o El Salvador, según ese mismo estudio. Malasia es un estado confesional, pero la constitución malaya reconoce, de nuevo, la libertad religiosa de ese 40% de habitantes no musulmanes.
Y lo más importante: el estudio muestra cómo tanto en Malasia como en Indonesia la calidad democrática ha aumentado de forma significativa entre 2006 y 2012; al contrario que en numerosos países miembros de la Unión Europea, en los que la calidad democrática ha descendido en esos mismos años.
Por tanto, la respuesta a la pregunta con la que encabezaba el artículo es afirmativa: por supuesto que el islam es compatible con la democracia, igual que lo es el cristianismo. Nada impide, en ninguno de los dos casos, que las sociedades evolucionen hacia una separación entre el poder político y el poder religioso, separación que resulta indispensable para poder gozar de verdadero pluralismo y de verdaderas libertades civiles.
Trabas al desarrollo democrático
Pero mal pueden los países profundizar en la verdadera democracia cuando se les niega, para empezar, su derecho a organizarse democráticamente.
No es su religión, sino nuestra hipocresía y nuestros intereses económicos, lo que les impide transitar hacia la democracia
Hace ya casi tres años que asistimos en el Norte de África y Oriente Medio a las convulsiones derivadas de lo que se dio en llamar la primavera árabe. Y si algo ha quedado claro en todo este tiempo es que Occidente no sabe cómo demonios encarar el problema. Parecemos debatirnos entre el deseo de exportar la democracia a esos países y el deseo de mantenerlos convenientemente sojuzgados por dictadores amigos de las grandes potencias. Decimos que queremos que esos países tengan libertad y al mismo tiempo nos escandalizamos cuando votan libremente y no eligen lo que nos apetecería a nosotros. Afirmamos muy solemnemente que venimos a salvarlos de la dictadura teocrática y la solución que proponemos para ello es la dictadura militar.
Ni siquiera nos atrevemos a expresar abiertamente todas esas cosas, porque en el fondo lo que Occidente está diciendo es que los pobres árabes son unos incultos atrasados que no están preparados para la democracia. Y desdeñamos su religión como si no fuera otra cosa que un credo terrorista y opresor. Manifestamos de modo continuo un ignorante desprecio hacia el islam, hacia los musulmanes y hacia lo árabe, que a veces raya en el clasismo más casposo y a veces cae en el más descarnado racismo.
Un pasado no tan lejano
Esa actitud despectiva resulta tanto más sangrante si analizamos nuestra reciente historia. En lugares como Suiza, la mujer no podía votar hace escasamente 40 años. En lugares como Estados Unidos, se quemaba vivos a negros hace solo 50 años, por reclamar su derecho a votar o a ir a la universidad. En lugares como el Reino Unido, a los homosexuales se los castraba químicamente hace menos de 60 años. En lugares como Alemania, se asesinaba a millones de personas en las cámaras de gas hace solo 70 años… ¿Cómo nos atrevemos a decir que los países musulmanes están en la Edad Media? Si Occidente solo ha sido capaz de evolucionar hace escasamente medio siglo hacia la consolidación de verdaderas democracias avanzadas, ¿por qué negamos a los musulmanes la capacidad de evolucionar de la misma manera?
La experiencia egipcia
Cuando alguien dice que el islam es incompatible con la democracia, está directamente faltando a la verdad, como los casos de Indonesia o Malasia atestiguan. Y cuando alguien achaca los problemas de un país como Egipto al islam está no solo faltando a la verdad, sino cayendo en una contradicción lógica ciertamente llamativa:
- Como los egipcios votan a los Hermanos Musulmanes, decimos que no están preparados para la democracia.
- Entonces apoyamos un golpe de estado dado por los mismos militares que llevan gobernando Egipto 50 años, y que han conseguido en ese tiempo mantener a los egipcios tan atrasados… ¡como para que voten a los Hermanos Musulmanes!
Vaya ejercicio de cinismo, ¿no? Si los egipcios están atrasados, la responsabilidad no será del islam, sino de quienes han estado gobernando a los egipcios el último medio siglo. Que no eran precisamente los islamistas.
La transición hacia la democracia no va a ser sencilla en muchos países de mayoría islámica, por supuesto. Pero no por el islam, sino porque las grandes potencias han estado apuntalando en el poder, en muchos países de mayoría musulmana, a dictadores y sátrapas que no han tenido el menor empacho en mantener a su población en el más absoluto atraso.
No es su religión, sino nuestra hipocresía y nuestros intereses económicos, lo que les impide transitar hacia la democracia.
Fuente: El Medio
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