El arte, desde sus diferentes manifestaciones, se emplea a veces para llamar la atención sobre alguna causa o reivindicación. En el caso de sus expresiones más populares: caricaturas, murales, arte callejero, sirve sobre todo para empujar, molestar, protestar, vindicar.
Así lo han entendido en especial los dibujantes de cómic y los humoristas gráficos, desde siempre. Dibujos destinados a divertir, pero también a denunciar, reclamar justicia y hasta ridiculizar y estigmatizar. Esto último es por ejemplo de lo que a menudo se acusa al semanario francés Charlie Hebdo, por su dudoso gusto humorístico a la hora de hacer sátira, y sus supuestas actitudes racistas. Algunos, no obstante, lo llaman humor negro y ven en las cubiertas y dibujos del semanario francés, actitudes más acordes con la denuncia que con el racismo.
La polémica acerca de la idoneidad de cierta clase de humor se ha acentuado en los últimos tiempos, con la crecida de la islamofobia y, en menor medida, el antisemitismo en Europa y Estados Unidos. Pero lo cierto es que la sátira «racial» no es algo nuevo. De hecho, el humorismo gráfico de finales del siglo XIX y principios del XX era sumamente feroz y ajeno a lo que hoy se conoce como corrección política. En él abundaban las tiras que ridiculizaban a los judíos y avalaron, minando poco a poco la conciencia, el nazismo, al contribuir a la creación de un ambiente abiertamente antisemita. También eran habituales las viñetas contra los pobres y la sátira política sin censura.
Frente a quienes sostienen que la libertad de expresión es irrenunciable y que el humor jamás ha de plegarse a la corrección política ni conocer límites o censuras, no son pocas las voces que denuncian los peligros de ciertas actitudes mantenidas ante determinadas situaciones, por su capacidad de crear odio y alentar la exclusión. Según el ensayista argentino Alejandro Baer, y refiriéndose en concreto al conflicto palestino-israelí, “ante una situación política compleja, en que las causas de los problemas suelen tener matices y coloraciones, las caricaturas ofrecen modelos simples de identificación y esquemas maniqueos que, lejos de plantear reflexión o debate, canalizan odios cuyo potencial destructivo no debería ser desestimado”.
Sensibilizar
Sin embargo, frente a esta forma de expresión “negra”, también hay quien utiliza los pinceles y sprays para lo contrario: reparar el oprobio y sensibilizar acerca de los problemas más acuciantes. Así lo han entendido los artistas artistas alemanes Justus Becker y Oguz Sen, autores de un gran mural en las orillas del río Main, cerca de la sede del Banco Central Europeo en Frankfurt. En él han inmortalizado la terrible imagen del niño sirio Ilyan, muerto en aguas mediterráneas cuando trataba de alcanzar Europa con su familia, huyendo de la guerra.
Asimismo, unos artistas del colectivo Boa Mistura pintaron un gran mural en el centro de acogida de Getafe (Madrid) bajo el lema: “La libertad no necesita alas, los que necesita es echar raíces”. Es en este centro donde el CEAR recibirá a las personas refugiadas que a partir de ahora lleguen hasta allí. Un centro que se inauguró ya hace cinco años y que en este momento residen 120 personas de 15 nacionalidades diferentes.
Aunque, sin duda, el rey de la sacudida de conciencia «mural» y popular es el enigmático y gran grafitero británico Banksy, que jamás ha dejado de llamar la atención sobre la injusticia global en los lugares más pobres y conflictivos del planeta.
Inés Eléxpuru
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