Tristan Semiond – FUNCI
Los atentados del 11 de septiembre propiciaron la asimilación entre islam y terrorismo o islam y violencia en el discurso mediático-político de muchos países occidentales, así como de los imaginarios colectivos. Esta asimilación entronca con la existencia de un cierto número de prejuicios e ideas preconcebidas en torno al islam, además de con una cierta instrumentalización de estas.
Estos prejuicios son, en muchos casos, fruto del desconocimiento y del exceso de cobertura mediática del islamismo radical, lo que suscita temores y malentendidos. Esta tendencia hace que muchas palabras, nociones o conceptos están mal utilizados, es el caso por ejemplo de yihad, salafismo, sharía, o madrasa… Este mal uso fomenta el miedo y alimenta un discurso de división buscado por todos los extremos. Es, por ello, necesario una labor de deconstrucción y de sensibilización en torno a esta problemática, con el fin de crear puentes entre las personas y luchar contra la ignorancia que puede conducir al miedo y al odio.
Una de las nociones que se ve con mayor frecuencia asimilada al extremismo y al terrorismo es la de madrasa. A lo largo de dos artículos, intentaremos aclarar en, un primer lugar, lo que ha significado en la historia esta noción y sus evoluciones; mientras que un segundo artículo se dedicará a deconstruir los prejuicios que abundan en los discursos orientalistas y esencialistas actuales.
La madrasa (مَدْرَسَة), un lugar histórico de educación
En los primeros tiempos del islam, las mezquitas fueron los principales espacios de aprendizaje, en los que comenzó a enseñarse el derecho islámico (fiqh).
Desde la revelación del Corán al profeta Muhammad, la educación siempre ha ocupado un lugar central en la tradición islámica. De hecho, la primera palabra del arcángel Gabriel (Yibril) dirigida al Profeta fue iqrâ, “lee”. Desde entonces, una de las primeras etapas de la enseñanza del Corán ha sido su recitación y lectura en voz alta (qirâ’a), que ha ocupado un lugar fundamental en los métodos de transmisión de conocimientos, de memorización y de aprendizaje. Es por ello que la educación y los lugares asociados con ésta siempre han desempeñado una función en las sociedades musulmanas.
En los primeros tiempos del islam, las mezquitas eran los principales espacios de aprendizaje, durante los cuales comenzó a enseñarse el derecho islámico (fiqh), cuyo estudio se basa en las dos grandes ciencias auxiliares de la exégesis coránica: el tafsir, y la ciencia del hadiz[1]. La mezquita de Medina, creada por el Profeta en el siglo VII, es, de hecho, considerada la primera institución educativa del mundo musulmán. Posteriormente, las primeras y más importantes mezquitas, como la Gran Mezquita de Damasco y la Mezquita de Amr ibn al-As en El Cairo, comenzaron a tener salas separadas dedicadas solamente a la enseñanza. Sin embargo, en aquel momento no existía todavía una institución dedicada en exclusiva a la enseñanza[2].
No sería sino hasta finales del s. X cuando comenzaron a crearse instituciones de enseñanza especializadas, las madrasas[3]. En árabe la palabra madrasa (مَدْرَسَة), o madraza, en español, significa literalmente lugar de enseñanza. No obstante, como veremos a continuación, esta institución se desarrolló históricamente como una escuela religiosa. Se cree que las primeras madrasas surgieron en el ámbito privado, en casas de profesores, donde eruditos ensañaban a algunos privilegiados.
Entre sed de conocimiento y poder político-religioso
La edad de oro de las madrasas comenzó bajo el sultanato Selyúcida (1037-1194), durante el califato Abasí de Bagdad (750-1298), cuando estas instituciones comenzaron a establecerse en el espacio público.
El salto de las madrasas del ámbito privado a la esfera pública ocurrió durante el reinado del visir Nizam al-Mulk (1018-1092)[4]. El visir, conocido por ser un gran político, abogó por el uso de estas escuelas como instrumento de supervisión de la educación por parte de las élites, en el contexto de la lucha contra el chiismo y las cruzadas. Con este fin promovió la conversión de las madrasas en instituciones estatales llamadas las niẓāmiya, la más importante de las cuales fue la de Bagdad.
Aunque Nizam las construyó con la intención de promover el conocimiento, también tenía por objetivo contrarrestar el califato Fatimí chií (909-1171) y así reforzar el sultanato Selyúcida mediante la difusión de las ideas suníes – más concretamente shafiíes – a través de medios intelectuales y educativos. Esta estrategia fue empleada, también, por los fatimíes para promover las ideas del ismailismo.
Las conquistas del sultán Alp Arslan (1064-1072) permitieron la extensión de las niẓāmiya a finales del s. XI, cuya presencia abarcaba desde Mesopotamia hasta el Gran Jorasán, pasando por una gran parte de Anatolia[5].
La creación de estas madrasas públicas por parte de los sultanes selyúcidas y de los fatimíes marcó un verdadero punto de inflexión en el sistema educativo del islam. Estas instituciones comenzaron a enseñar las ciencias de la tradición islámica y algunas ciencias racionales, como la lógica, la geometría, la astronomía y la ciencia de los cuerpos, entre otras, contribuyendo así al desarrollo de la Edad de Oro del mundo islámico.
Las madrasas solo admitían a los profesores de mayor renombre, por lo que su reputación como calidad de enseñanza llegaba hasta Europa, donde, según el investigador George Makdisi[6], tuvieron una cierta influencia en el desarrollo de las universidades. En ellas enseñaban eruditos y teólogos conocidos a lo largo de todo el mundo islámico, como sucedía con el filósofo y místico de los ss. XI-XII, Al-Ghazali, en la madrasa Nizamiyya de Bagdad[7].
La tendencia iniciada por Nizam dio pie a la construcción de nuevas madrazas, con el objetivo de apoyar la difusión de las ideas de sus Madhab, o escuelas de jurisprudencia[8]. Esta dimensión legitimadora fue una de las razones de su rápido desarrollo, una idea que Foucault sustentaría posteriormente al relacionar la producción del saber con el poder: “No hay ejercicio del poder sin una cierta economía de los discursos de la verdad que operan en, desde, y a través de ese poder”.
Sin embargo, no podemos reducir estas escuelas a meros centros de instrumentalización política. Fue, por ejemplo, en el siglo XII, cuando la arquitectura de las madrasas comenzó a ser reconocible en los principales centros urbanos, con su belleza. Se caracterizaban por sus amplios patios y estanques centrales, así como por sus grandes espacios de acceso (unos iwanes majestuosos), mientras que los dormitorios se ubicaban sistemáticamente en las esquinas[9].
Basta visitar, por ejemplo, la Mustansiriya, la magnífica madraza construida en Bagdad por uno de los últimos califas abasíes, Al-Mustansir. Este ejemplo refleja a la perfección la importancia de la educación y de estas instituciones en una época de efervescencia intelectual[10].
Las madrasas no solo eran centros de educación y cultura, sino que también albergaban a los «mustahiqs» (estudiantes), que recibían alojamiento y comida durante sus estudios y que compartían sus conocimientos y experiencia con las generaciones futuras. De este modo, desempeñaron un papel central en la democratización de la educación, contribuyendo a que fuese más accesible para las personas de clases sociales menos favorecidas.
Otro aspecto destacable fue la importancia que cobró la relación profesor-alumno, que ocupaba un lugar más relevante que la propia institución. Su método de enseñanza era, en gran medida, informal, y el plan de estudios solía ser bastante flexible. En función del tipo de escuela, se hacía más hincapié en las ciencias seculares, o las ciencias clásicas y religiosas.
Es parcialmente debido a su existencia que los territorios bajo el Califato experimentaron, durante la Edad de Oro del islam (s.VIII – s.XIII)[11], un importante aumento de su tasa de alfabetización.
Independencia y multiplicación de las madrasas
Uno de los cambios más importantes se operó bajo el sultanato mameluco de Egipto (1250-1517), donde era común que sus gobernantes o dignatarios fundasen madrasas mediante la donación religiosa en usufructo a perpetuidad, o waqf. Estos centros de enseñanza dejaron de ser el resultado de políticas públicas, y comenzaron a ser un símbolo de estatus y poder, además de un medio eficaz de transmisión de riqueza, de condición social y de conocimiento en la sociedad de los mamelucos[12].
La capital del sultanato, El Cairo, se convirtió en la ciudad líder del renacimiento de la ciencia árabe en los siglos XIII y XIV. No es una coincidencia que en el siglo XIV fuese también la ciudad con mayor concentración de escuelas[13]. Su multiplicación se produjo en paralelo con el florecimiento intelectual, como lo demuestra esta cita del erudito Ibn Jaldún: “El Cairo: metrópolis del mundo, jardín del universo, lugar de reunión de las naciones, hormiguero humano, lugar alto del islam, sede del poder. Allí se levantan innumerables palacios; por todas partes florecen madrasas; como estrellas brillantes, los eruditos brillan allí”[14].
La dinastía de las madrasas: los meriníes
A finales del s. XIII, destaca el desarrollo de las madrazas por parte de la dinastía de los meriníes (1269–1464), asentada en el actual Marruecos. Los edificios que las albergaban constituyeron un elemento destacado del arte meriní y una institución central en la enseñanza y el poder político-religioso que sustentó la dinastía. [15]
Al principio del siglo XIII, varias tribus de la confederación zenata (según Ibn Jaldún, una de las tres grandes confederaciones amazigh, o bereber, de la Edad Media, junto con los masmuda y los sanhaya[16]) se beneficiaron del debilitamiento del Califato almohade para extender su poder político por la región. Primero se hicieron con el control de la región del Rif y del Gharb, antes de eliminar al último califa almohade, al-Wathiq, y ocupar la capital, Marrakech, en 1269. Sin embargo, los meriníes no establecieron su poder en esta ciudad, sino que fundaron una nueva capital, Fez el-Jedid (Fez la nueva).[17]
Los meriníes se caracterizan por haber sido la dinastía de las madrasas, así como por haber dejado un patrimonio cultural y artístico de gran importancia en varias ciudades marroquíes. El poder meriní estuvo también marcado por la vuelta al malikismo, como doctrina religiosa, pero también como fuente de legitimidad de las nuevas élites religiosas y jurídicas que ocupaban las autoridades de poder. Gracias a la construcción de estas escuelas, Fez se convirtió, a imagen de El Cairo, en un centro neurálgico de conocimiento, acogiendo a numerosos sabios y juristas como al-Wansharisi.
La actual ciudad de Fez conserva todavía siete madrasas de la época meriní, que destacan tanto por su belleza como por el papel histórico que desempeñaron. La más antigua de las siete es la Saffarin, en Fez el-Bali, construida en 1271 por encargo del sultán Abu Ya’qub Yusuf. Su disposición y diseño son un modelo temprano y aún no perfeccionado de las madrasas meriníes, que se desarrolló, posteriormente, en la primera mitad del siglo XIV.[18] La elección de la ubicación de esta madrasa no fue casual, al contrario: se encuentra muy cerca de la Universidad de Qarawiyyin (construida en 859 durante el reinado de la dinastía idrísida por Fatima al-Fihri). La Saffarin desempeñó una importante función de apoyo a la universidad, sirviendo de alojamiento a los estudiantes, mientras que la mayoría de las clases tenían lugar en la Qarawiyin.
Es el caso, también, de la madrasa Attarin, fundada en el año 725 de la Hégira (1325) por orden del sultán Abu Sa’id Uthman II. Esta madrasa estaba destinada a la formación de los altos funcionarios meriníes y es considerada una de las maravillas de Fez.[19] Su exterior es completamente liso, sin embargo, su interior se caracteriza por su refinada decoración y el profuso empleo de muchos de los elementos que marcaron el arte meriní, como la madera, el estuco y el bronce.
Muchos de estos edificios se construyeron también cerca de otras grandes mezquitas como la de los Andalusíes y la Gran Mezquita de Meknés. Estas instituciones impartían sus propios cursos y, a veces, llegaban a ser conocidas por derecho propio, aunque tenían planes de estudios o especializaciones más reducidos que los de la Universidad Qarawiyyin.
Las madrasas bajo el imperio Otomano
Bajo el imperio Otomano (1380-1918), las madrasas, o medrese (palabra turca) continuaron ocupando un lugar central político y social. Solimán el Magnífico (1520-1566) estableció bajo su reinado cuatro tipos de carácter general y dos especializadas; una dedicada a la ciencia de los ḥadices y la otra a la medicina. Estas dos últimas tenían el mayor rango en la jerarquía institucional del Imperio, y lo mantuvieron hasta su descomposición, en el año 1918[20]. Las madrasas otomanas – sobre todo a partir de la modernización del Imperio o tanzimat (1839-1876) – empezaron a tener una organización y unos planes de estudios menos flexibles y más organizados, inspirados en gran parte en el modelo de las universidades occidentales. Al mismo tiempo, introdujeron otras disciplinas: idiomas como el inglés y el francés, poesía, ciencias naturales o ciencias políticas…
Las madrasas no se limitaron a los grandes reinos o califatos y siguieron floreciendo y extendiéndose por toda la ruta de la seda para establecerse finalmente en la mayoría de países musulmanes[21]. De hecho, algunas de las más importantes se desarrollaron en las regiones periféricas del mundo musulmán, como las de Samarcanda y de Herāt (actual Afganistán), que se convirtieron en prominentes centros culturales en el mundo de la ciencia, de las matemáticas, de la astronomía y de la medicina[22]. En este sentido, también destaca la mezquita de Ulugh Beg (en el actual Uzbekistán), conocida por su gran belleza.
Modernización e instrumentalización durante la colonización
La colonización de las grandes potencias europeas y la modernización del Imperio otomano cambió radicalmente el plan de estudios, la forma de enseñar y la organización de las madrasas. A partir de ese momento, estas instituciones informales estuvieron marcadas por el mayor control de las autoridades administrativas y el poder político.
La institución de la madrasa establecida por y durante el dominio colonial emergió entonces como una entidad más compleja, que absorbió tanto las concepciones colonialistas como las tradicionalistas.
Los cambios políticos y sociales generados por la colonización condujeron a dos tendencias contrapuestas: por un lado, la adopción de un enfoque más estricto en los aspectos religiosos, que se desarrolló en torno a la resistencia al poder colonial, y, por otro lado, el desarrollo de una corriente occidental que promoviese las ciencias “seculares”[23].
En Argelia, bajo la dominación francesa, se crearon las madrasas coloniales con el objetivo de formar a los funcionarios y a los cadíes. Estas, que se regían por el decreto del 30 de septiembre de 1850, se situaban bajo autoridad militar y eran gestionadas por la administración marcial[24]. Cada una de ellas tenía a su disposición tres profesores musulmanes, uno de los cuales se encargaba de la dirección del establecimiento. Desde 1883, se asignaba también un profesor de francés para apoyar la política colonial lingüística de generalización del uso del francés.
La institución de la madrasa establecida por y durante el dominio colonial emergió entonces como una entidad más compleja, que absorbió tanto las concepciones colonialistas como las tradicionalistas. Como espejo de las sociedades colonizadas, las madrasas, en su diversidad, colaboraron con el poder colonial, o, por el contrario, intentaron luchar contra él a través de la educación.
Un análisis de la evolución de estos centros educativos muestra que no fueron un lugar de oscurantismo o de fanatismo, sino un espacio fundamental para la democratización de la enseñanza tanto religiosa como secular. No fue sino hasta los años 1980-90 cuando la visión de las madrasas cambió radicalmente, asimilándolas cada vez más a la idea de extremismo. La deconstrucción de este discurso constituye el objeto de nuestro segundo artículo. Este primer artículo nos ha permitido comprender cómo, desde el s. X, estos importantes centros de enseñanza se han adaptado a los distintos contextos político-sociales, alcanzando una gran prominencia como modelos y referencias de enseñanza durante la Edad Media.
[1] GRANDIN, Nicole y GABORIEAU, Marc « Madrasa : la transmission du savoir dans le monde musulman » Editions Arguments, 06/1997, p.1.
[2] Pedersen, J.; Makdisi, G.; Rahman, Munibur; Hillenbrand, R. (2012). «Madrasa». Encyclopaedia of Islam, Second Edition.
[3] BLEUCHOT, Hervé. “Droit musulman : Tome 1 : Histoire. Tome 2 : Fondements, culte, droit public et mixte“ Aix-en-Provence : Presses universitaires d’Aix-Marseille, 2000
[4] Gabriel Malek. « Le rôle des medersas coloniales de l’Algérie française dans l’orientalisme du début du XIXème siècle », Lesclésdu Moyen-Orient.fr, 02/05/2018.
[5] Pedersen, J.; Makdisi, G.; Rahman, Munibur; Hillenbrand, R. (2012). «Madrasa». Encyclopaedia of Islam, Second Edition. Brill.
[6] George Makdisi (1984) “The Rise of Colleges. Institutions of Learning in Islam and the West”, Journal of the American Oriental Society, Vol. 104, No. 3. pp. 586-588
[7] Griffel, Frank (2009). Al-Ghazālī’s Philosophical Theology. Oxford: Oxford University Press
[8] Las cuatro escuelas suníes son: hanafí, malikí, shafi’i y hanbalí.
[9] Nikita Elisséeff, « MADRASA », Encyclopædia Universalis.
[10] BLEUCHOT, Hervé (2000). “Droit musulman : Tome 1 : Histoire. Tome 2 : Fondements, culte, droit public et mixte.“ Aix-en-Provence : Presses universitaires d’Aix-Marseille
[11] Matthew E. Falagas, Effie A. Zarkadoulia, George Samonis (2006). «Arab science in the golden age (750–1258 C.E.) and today», The FASEB Journal 20, p. 1581-1586.
[12] Behrens-Abouseif, Doris. 2007. Cairo of the Mamluks: A History of Architecture and its Culture. The American University in Cairo Press.
[13] Gabriel Malek. « Le rôle des medersas coloniales de l’Algérie française dans l’orientalisme du début du XIXème siècle », Lesclésdu Moyen-Orient.fr, 02/05/2018.
[14] Ibn Khaldûn, « Le voyage d’Occident et d’Orient, Paris », Sindbad-Actes Sud, 1995. 336p.
[15] Y. B “Los Meriníes y los Wattasíes (1196-1549)”, Qantara, 2008.
[16] Ibn Khaldoun (trad. partielle par William McGuckin de Slane), Histoire des Berbères et des dynasties musulmanes de l’Afrique septentrionale, t. 1, (Alger) Paris, William McGuckin de Slane (réimpr. 1978)
[17] Charles-André Julien, « Le royaume mérinide de Fès », dans Histoire de l’Afrique du Nord : Des origines à 1830, Payot & Rivages, coll. « Grande Bibliothèque Payot », 2001
[18] Terrasse, Michel (2017). «Un brillant chapitre de l’architecture marocaine : La période mérinide». Hespéris-Tamuda. pp.135–150.
[19] Mohamed Mezzine «Madrasa Attarin» in Discover Islamic Art, Museum With No Frontiers, 2021. 2021
[20] Kuban, Doğan (2010). Ottoman Architecture. Antique Collectors’ Club.
[21] Ibid.
[22] David Vestenskov. “The Role of Madrasas: Assessing parental choice, financial pipelines and recent developments in religious education in Pakistan & Afghanistan”, Royal Danish Defence College, Copenhagen: 2018. 153p.
[23] Ibid.
[24] Gabriel Malek. « Le rôle des medersas coloniales de l’Algérie française dans l’orientalisme du début du XIXème siècle », Lesclésdu Moyen-Orient.fr, 02/05/2018.
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