Dídac P. Lagarriga
*(Traducción del artículo publicado originalmente en el Diari ARA, Barcelona, 16-05-2019)
Buenos y malos. Sin matices, obviando cualquier complejidad, ignorando que vivir es asumir que somos diversidad, tanto social como individual. Aún así, tendemos a buscar buenos y malos, uniformes e inmutables. Sabemos que el islam, desde la 11-s, está en el punto de mira, un islam que resiste a ser definido como un bloque homogéneo y que, precisamente por eso, continúa recibiendo todo tipo de clasificaciones para poderlo entender. Desde fuera y desde dentro, es decir, también muchos musulmanes y musulmanas participan en esta pasión actual por etiquetarse, definirse, diferenciarse.
En los últimos años, y fruto de un contexto sociopolítico complicado, está tomando fuerza la idea de un islam moderado opuesto a un islam radical. El bueno y el malo, como siempre, son personajes de ficción que nos sirven para crear nuestras propias fantasías. Pero las categorías de ‘bueno’ y ‘malo’ -o, en el lenguaje políticamente correcto, ‘moderado’ y ‘radical’- son contextuales y temporales, no esencias que impregnan al individuo desde su nacimiento hasta la muerte. Existe, sin embargo, el deseo de esencializar al otro, e incluso de esencializarse uno mismo. Esencializar como huida del tiempo, de los contextos, de la experiencia, de los cambios inesperados y de los procesos vitales. Sólo gracias a esencializar a los otros o a un mismo, es decir, a querer ser inmutable, se puede soñar con salir de la historia y, quien sabe, acariciar la inmortalidad.
Fluidez de categorías
“Existe una fluidez y una flexibilidad de las categorías que sirven para designar los diferentes tipos de islams practicados en función de la variedad de situaciones históricas, sociales y políticas en que se encuentran.”
Dejando al margen las fantasías, las etiquetas no pueden congelarse. ¿Un islam moderado frente a un islam radical como los dos únicos islams posibles y enfrentados? Quizás esto nos facilite el análisis y nos permita elaborar discursos coherentes -una de las razones por las que estas etiquetas tienen tanto éxito-, pero al mismo tiempo continuaremos dando por válido y oponiendo dos categorías más que discutibles. Poco a poco van apareciendo voces que denuncian esta instrumentalización. Desgraciadamente, no son muchas y surgen a menudo desde el ámbito académico, voces que cuando llegan al mar mediático acostumbran a diluirse en las exigencias que a menudo tienen los medios de comunicación para explicar los hechos de una manera breve y esquemática. Voces que también se encuentran silenciadas por las instrumentalizaciones de poder y las estrategias políticas o identitarias de los sectores interesados en mantener este imaginario de moderados contra radicales.
Cómo explica el antropólogo Jean-Loup Amselle, especializado en el África del Oeste, “existe una fluidez y una flexibilidad de las categorías que sirven para designar los diferentes tipos de islams practicados en función de la variedad de situaciones históricas, sociales y políticas en que se encuentran. Los actores religiosos borran las pistas, saltan las fronteras y mezclan sin complejidad entidades teóricamente paradójicas. Las categorías de sufí, salafista, fundamentalista, wahhabita, reformista, musulmán radicalizado o muchas otros tienen la utilidad que les queramos dar y sólo funcionan como marcadores en el marco de coyunturas con repercusiones básicamente de orden político”.
Fabienne Samson, antropóloga especializada en islams de Senegal, insiste en la misma línea: “Nos encontramos ante una terminología que no se corresponde más con la realidad. Para seguir la evolución de las mutaciones religiosas, hoy algunos investigadores hablan de neo-cofradismo, neo-sufismo, islam liberal, islam cultural… El post-islamismo, la post-reislamización o también el neo-fundamentalismo son otras fórmulas nuevas que intentan mostrar el dinamismo islámico a través del mundo. Pero esta plasticidad -concluye Samson- no encaja demasiado con la complejidad de las recomposiciones del islam contemporáneo”.
Riesgo de exclusión
El islam, en singular, ya esconde todo este abanico de pluralidades, de formas que se pliegan y se despliegan dentro de cada cual y también dentro de la comunidad. Coger una, la que sea, y hacer de ella un ídolo sería, posiblemente, lo que anularía el islam.
Plasticidad evidente, inseparable del mismo hecho de vivir. Nos habitan, al mismo tiempo, varias categorías y, a la vez, vamos habitando categorías que encajen con el modelo que nos proponemos vivir. El islam, en singular, ya esconde todo este abanico de pluralidades, de formas que se pliegan y se despliegan dentro de cada cual y también dentro de la comunidad. Coger una, la que sea, y hacer de ella un ídolo sería, posiblemente, lo que anularía el islam. Por eso, como a menudo pasa hoy en día, son también muchas las voces que miran con precaución el énfasis que se da a un islam llamado moderado y representado principalmente por la rama más espiritual: el sufismo. Es cierto que el propio término es ya plural, y cuando decimos ‘sufismo’ podemos decir muchas cosas, si bien las une el nexo de la educación espiritual, el ascetismo y el énfasis en el camino interior. El riesgo es pensar que el musulmán que no se define como sufí queda automáticamente fuera de esta voluntad de purificación interior. Cómo si el islam, por él mismo, careciera de esta dimensión espiritual e hiciera falta un añadido suplementario. La formación de la propia etiqueta necesitó tres siglos para que se formulara en la historia islámica, sin que esto significara que durante aquel tiempo no hubiera ascetas, místicos y personas implicadas en el trabajo interior. El filósofo francés Abdennour Bidar, que integró durante varios años una cofradía sufí, es muy crítico con cierta tendencia al sectarismo y al exclusivismo: “El sufismo se beneficia de una imagen de espiritualidad pacífica y abierta que genera muchas ilusiones. Es tiempo de romper este mito de un sufismo que sería ‘el otro islam’. ¡Cuidado con los espejismos!”
Asimismo, el profesor Mahmood Madani, autor del libro Good Muslim, Bad Muslim alerta que seguir el juego de esta división ficticia entre dos islams convierte automáticamente a una gran parte de los musulmanes en potenciales terroristas por el hecho de no pertenecer a la categoría de los “buenos”. Y añade: “Cuando leo sobre islam en los periódicos, a menudo siento que estoy leyendo pueblos museizados. Su cultura parece no tener historia, ni política, ni debates. Parece que se hayan petrificado en una costumbre sin vida. Todavía más, estas personas parecen incapaces de transformarse a ellas mismas y que su única salvación pase, como siempre, por ser salvados desde el exterior”.
Sin comentarios