El politólogo italiano Antonio Gramsci (1891-1937) afirmó hace décadas, que cuando el lenguaje pasa a un primer plano en la sociedad como un conflicto, debería concluirse que hay conflictos no lingüísticos bullendo bajo la superficie.
Yasir Suleiman
Lo contrario también es cierto: el conflicto, ya sea político o social, puede sacar a la luz el idioma como un espacio de significado no lingüístico. En casos extremos, los idiomas pueden ser criminalizados en función de la gente que los habla. En occidente, el árabe es, tristemente, un ejemplo de esa criminalización emergente.
Así es como funciona este argumento criminalizador: dado que el árabe está vinculado orgánicamente al Islam y a los musulmanes como la lengua de la fe, y que el islam y los musulmanes se relacionan con el extremismo violento y el terrorismo en las sociedades occidentales, el árabe debe estar, por lo tanto, ligado con el extremismo, la violencia y el terrorismo.
La criminalización del árabe es una nueva dimensión de la islamofobia, que, en mi opinión, tiene la capacidad de evolucionar hacia un nuevo estereotipo dentro de este fenómeno corrosivo, siempre en constante cambio y expansión dentro de las sociedades occidentales.
Connotaciones terroristas
Durante más de una década, los medios de comunicación occidentales han informado sobre las connotaciones terroristas del árabe en la esfera pública. Los occidentales han desarrollado una mayor familiaridad con los tonos del árabe hablado y un mayor reconocimiento de la escritura árabe. Estas nuevas capacidades se han utilizado en procesos de caracterización que pueden afectar negativamente a los árabes o musulmanes, dos categorías de identificación que habitualmente se confunden.
En noviembre del año pasado casi se impide volar a dos ciudadanos estadounidenses de descendencia palestina en el Aeropuerto Internacional Midway Chicago, en dirección a Filadelfia, porque se les oyó hablar en árabe. Maher Khalil y Anas Ayyad, de 29 años y 28 años respectivamente, sólo pudieron subirse al vuelo tras haber sido interrogados y autorizados por la policía y la seguridad del aeropuerto.
En el vuelo, transportaban una caja que los pasajeros les hicieron abrir para asegurarse de que no era algo peligroso. De hecho, la caja contenía baklava, (un dulce de origen árabe hecho con una base de frutos secos y pasta filo), que los dos pasajeros, haciendo gala de la hospitalidad árabe, repartieron entre el resto de pasajeros.
En el pasado, el color de la piel u otros signos de la fe, tales como el vello facial, fueron utilizados como elementos de identificación. La lengua se ha convertido, ahora, en una nueva categoría.
No se trata de un incidente aislado. Leila Abdelrazaq, una artista palestina-estadounidense fue arrestada e interrogada en Arizona, en diciembre del 2005, por llevar consigo un cuaderno con bocetos que representaban la inmigración en la frontera mexicana-estadounidense, acompañada de un texto en árabe en que se burlaba de su menos que perfecta competencia con el idioma.
El estereotipo del árabe
Si tenemos en cuenta este nuevo estereotipo del árabe como una lengua de violencia, extremismo y terrorismo en Occidente, no es difícil imaginar que las anotaciones de sus cuadernos tuvieron algo que ver con el arresto.
Se puede argumentar que el lugar constituyó un factor importante en el arresto y la interrogación del pasajero araboparlante o de la artista. El argumento defendería que las fronteras y los aeropuertos no son lugares neutrales, lo que hace inevitable, en las circunstancias actuales, que la presencia del árabe, escrito o hablado, levante sospechas en este tipo de lugares de carácter sensible.
Pero esto no es cierto en todas las circunstancias. Sabemos que el árabe puede ser censurado por sus connotaciones de violencia, extremismo y terrorismo en situaciones en las que la localización no representa una cuestión de seguridad.
En diciembre de 2015, en un colegio del condado de Augusta, Virginia, unos deberes de caligrafía árabe de la clase de “geografía mundial”, fueron considerados como un asunto de seguridad que condujo, no sólo al cierre del colegio debido la presión pública, sino al cierre temporal de todos los colegios del condado, temiendo por su seguridad.
El hecho de que los deberes de árabe fuese una declaración de la fe musulmana, como se explicaba en la tarea con la intención de apaciguar los miedos de los padres, pudo tener algo que ver con esta reacción.
Aun así, que algo tan inofensivo como una clase de caligrafía árabe pueda causar tanto revuelo en la vida de una comunidad, nos conduce a pensar que las relaciones multiculturales han tocado fondo.
El miedo de lo que el árabe representa en Occidente, especialmente en Estados Unidos, golpeó el pueblo de Lubbock, Texas, el 15 de febrero de este año, el día después de San Valentín. Una pancarta en blanco y negro, con un corazón en el centro en el que podía leerse el mensaje en árabe “Amor para todos”, fue colgada en las Torres Citizens.
Refiriéndose a ella como una “bandera árabe”, el alcalde ordenó que se tomasen todas las medidas necesarias para asegurar el edificio, con la ayuda del Departamento de seguridad nacional, la policía local y el FBI.
Identificar el idioma con la fe
Haciendo alusión a esta noticia, un bloguero escribió: “La lengua árabe está tan mezclada con su religión y su religión es tan inseparable con su día a día que es suficiente para marear a cualquier sheriff de Texas, sino a darle a un buen susto. Y eso es, en resumen, lo que ha ocurrido aquí”.
La identificación entre idioma, fe y pueblo, por una parte, y extremismo, violencia y terrorismo, por la otra, debe ser una preocupación para cualquier persona cuerda.
La siempre cambiante cara de la islamofobia ha expandido sus miras para incluir aspectos de la cultura religiosa. A finales de febrero, se prohibió que un ciudadano británico, de origen nigeriano, embarcase en un vuelo de Luton, Londres, a Holanda debido a la alarma de otro pasajero, que había visto la palabra “reza” en su móvil.
El pasajero asumió que el hombre, que de hecho era cristiano, era, en realidad, musulmán y le denunció como una amenaza a seguridad. Interrogado por la policía, se le preguntó que quería decir con “reza”, a que iglesia asistía e, incluso, si alguna vez había pensado en cambiar de religión. Todo ello insinuaba que pudiese existir alguna conexión con el Islam. Al final, la policía le permitió coger el siguiente vuelo a Holanda, con tres horas y media de retraso.
Hay un aspecto muy siniestro en esta historia: el hecho de que se vincule el rezo con el Islam hace que la religiosidad sea considerada como un fenómeno exclusivamente musulmán. Sobre todo, cuando un signo lingüístico de esa religiosidad, en este caso la palabra “reza”, se relaciona con el color de piel, una forma de caracterización racial.
La suposición subyacente, en este caso, es que el hecho de ser negro se relaciona con el Islam, y que el Islam, de todas las creencias, es más propicia a manifestarse en público. Al hacer esto, el Islam interfiere en la división entre lo público y lo privado defendida por los valores seculares de la cultura occidental.
Es en este sentido en que el Islam es percibido por los islamófobos como una amenaza para la civilización occidental. En su camino hacia la secularidad, el Islam desafía lo que se consideraba una trayectoria unidireccional en el progreso social de Occidente.
La cuestión principal no es el extremismo, la violencia o el terrorismo, sino la influencia retrograda que se asume que el Islam ejerce sobre el propio tejido de la Ilustración europea. Los medios de comunicación occidentales tienen que rescatar al Islam de los extremistas. Sin importar cuál sea nuestra opinión sobre este tema, nos parece lícito preguntar quién rescatará a Occidente de los islamófobos.
Fuente: Al Jazeera
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