Con motivo del aniversario del descubrimiento de América, ofrecemos este interesante artículo sobre la función que ejercieron los sabios musulmanes, facilitando el viaje realizado por Cristobal Colón, en especial gracias a sus notables aportaciones a la astronomía.
La importancia de esta cuestión reside en la constante negación, por parte de Occidente, de las aportaciones que la civilización islámica ha realizado al desarrollo de Europa, no solamente desde un punto de vista científico (en gran medida mediante la recuperación de los conocimientos greco-latinos perdidos), sino también cultural e identitario. Ya en 1991, la Fundación de Cultura Islámica impulsó la elaboración de la Recomendación 1162 de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, destinada a la obtención del reconocimiento de los enormes aportes de la civilización islámica a la cultura europea.
Sin embargo, es mucho el trabajo que aún continúa siendo necesario desarrollar en este ámbito, con el fin de acabar con la noción actual de la existencia de una estricta diferenciación entre las historias y culturas del mundo árabe‑islámico y de Occidente.
Nos lamentamos a veces de que las contribuciones que ha realizado España a la historia de la ciencia y de la tecnología son demasiado modestas. Si nos preguntamos por grandes científicos o tecnólogos españoles, pocos son los nombres que nos vienen a la cabeza más allá de nuestros ilustres Ramón y Cajal y Torres Quevedo. Acudiendo a tiempos más pretéritos hay varios científicos que sobresalen en la Ilustración y, aún más en el pasado, en la España musulmana; pero son pocos de estos los conocidos popularmente. Justamente en la España del Islam es muy de destacar la importantísima labor muchas veces anónima desarrollada por los sabios musulmanes que trabajaron intensamente entre los siglos VIII y XIV conservando la ciencia griega y desarrollándola hacia nuevas dimensiones. Mientras el resto de Europa permanecía sumido en su época más oscura, gran parte de esta labor científica se realizó en España.
La monumental Sintaxis que Ptolomeo escribió en el s. II, al igual que muchos otros textos científicos griegos, ya estaba traducida al árabe a principios del s. IX y, de hecho, aún hoy se conoce esta obra por el título que recibió en árabe, Almagesto, título que podríamos traducir como La [obra] mayor. En el modelo de Ptolomeo, el Sol, la Luna y los planetas giraban en torno a la Tierra. Pero un simple movimiento en órbitas circulares no podía explicar el movimiento aparente de los planetas, por lo que Ptolomeo introdujo los epiciclos, ecuantes y otros artificios matemáticos para poder explicarlos. Los astrónomos musulmanes respetaron el sistema ptolemaico en términos generales, pero según pasó el tiempo y se produjeron tablas astronómicas cada vez más precisas -en particular las que elaboraron en Toledo el gran astrónomo Azarquiel y el Rey Sabio- surgieron críticas hacia los artificios geométricos ideados por Ptolomeo. El físico Alhazén escribió en El Cairo unas Dudas sobre Ptolomeo; y Averroes, en Al Andalus, fue más allá en sus críticas a Ptolomeo llegando a afirmar que algunos de los modelos del Almagesto resultaban «contrarios a la naturaleza».
Obras copiadas al árabe
Las obras griegas traducidas al árabe y las originales de los sabios árabes fueron a continuación traducidas al latín o al castellano en los monasterios medievales, muchos de ellos en España, y la labor de los monjes copistas contribuyó de forma decisiva a la difusión de todos estos textos. De esta manera, el Occidente latino pudo recibir en el Renacimiento el legado griego ampliado y mejorado tras pasar por el fino tamiz islámico. Es muy verosímil pensar que Copérnico, trabajando en Polonia y en Italia, fuera inspirado por algunos de estos textos que circulaban por Europa, incluidas las precisas tablas astronómicas elaboradas en Toledo que exigían un modelo geométrico diferente al ptolemaico.
Pero hubo otro hecho histórico con España como protagonista que, a juicio del historiador de la ciencia Owen Gingerich, entre otros, pudo tener una influencia decisiva en Copérnico: los viajes de Colón que condujeron al Encuentro entre los dos mundos. Debido a una desafortunada biografía, en gran parte fabulada, que escribió Washington Irving, se propagó la idea de que, con su viaje, Cristóbal Colón pretendía demostrar a los Reyes Católicos la redondez de la Tierra. Pero que la Tierra era esférica es algo que se conocía desde la Antigüedad. Cuando Colón se dirigió a Isabel y Fernando en Salamanca, su objetivo no era convencerles de que la Tierra era redonda, sino de la viabilidad del viaje hacia Catay navegando en dirección oeste. El Almirante era un hombre moderno que conocía los textos científicos de su época y los cita en sus Diarios, pero en su estimación de la distancia a las Indias cometió dos errores. Por un lado, al estimar el tamaño de la Tierra utilizó textos árabes que habían reelaborado las medidas realizadas por Eratóstenes en el s. III a. C., pero confundió las millas árabes con las romanas, lo que le llevó a creer que el perímetro de la Tierra en el ecuador era de 30.044 kilómetros, esto es, un 25% menos que el tamaño real. Por otra parte, Colón exageró la distancia de Europa a China por el este hasta más de 20.000 kilómetros, por lo que subestimó consecuentemente la distancia por el oeste. Fruto de los dos errores, la distancia estimada por Colón desde Canarias hasta Catay, por la ruta occidental, fue de menos de 5.000 kilómetros, lo que confería el principal argumento de viabilidad a su proyecto de alcanzar las Indias por el oeste.
El Almirante no era un experto orientándose en el mar con las estrellas: se despistaba con las constelaciones australes y llegó a confundir la estrella beta Cefei con la Polar, pero conocía bien las Efemérides de Regiomontano, lo que le permitió predecir el famoso eclipse lunar del 29 de febrero de 1504 que utilizó para impresionar a los jamaicanos. La observación de este eclipse y la de otro que había presenciado desde La Española el 15 de septiembre de 1494 sirvieron de base al navegante para estimar -aunque con un error considerable- cuán lejos se había desplazado hacia el oeste, utilizando un método propuesto por Hiparco de Nicea junto al Calendarium de Regiomontano.
Copérnico
Cuando Colón emprendió su primer viaje en Palos de la Frontera, Copérnico tenía 19 años de edad y se encontraba estudiando en la Universidad de Cracovia. El genio polaco realizó varios viajes por el torbellino del Renacimiento italiano entre 1496 y 1523, instalándose a continuación definitivamente en Polonia. Simultáneamente, la imprenta con tipos móviles, ideada por Gutenberg hacia 1440, iba posibilitando la producción acelerada de libros, pues con la nueva técnica era posible hacer varios ejemplares de un libro en menos de la mitad del tiempo que empleaba el mejor copista en producir una única copia. Así, la información comenzó a difundirse muy rápidamente por Europa, lo que sin duda contribuyó a que a las manos de Copérnico pudiesen llegar, no sólo los textos críticos con el Almagesto y las tablas astronómicas árabes que hemos mencionado antes, sino también los relatos procedentes de España sobre los viajes Colón.
Las ideas geográficas en tiempos de Colón también estaban dominadas por las clásicas de Ptolomeo y, muy concretamente, por su obra Geografía, que sirvió de base para la elaboración de unos atlas espectaculares publicados en los años 1480-1490. Al hacerse evidente que Colón no había llegado a Catay, sino que se encontraba en un nuevo continente, estas ideas geográficas -vigentes desde el s. II- se desmoronaron y el mapamundi clásico quedó completamente obsoleto. Hubo que elaborar nuevos mapas y aquí tanto Colón como los navegantes que le siguieron jugaron un papel fundamental. El cántabro Juan de la Cosa, quien participó en el primer viaje de Colón, pasó a la historia por haber dibujado el mapa más antiguo en el que aparece en continente americano, y España realizó en las décadas sucesivas una contribución científica esencial a la cartografía del planeta.
Las críticas de las ideas científicas clásicas, dirigidas muy especialmente hacia el Almagesto y la Geografía de Ptolomeo, fueron un caldo de cultivo propicio sobre el que Copérnico pudo elaborar su innovadora teoría heliocéntrica. Su libro titulado De revolutionibus orbium coelestium no fue publicado hasta 1543, cuando el clérigo polaco, ya septuagenario, lo recibió en sus manos el 24 de mayo, exactamente en el día de su muerte. Se trataba de un libro que habría de convulsionar la ciencia universal hasta acuñar con su título el propio término de «revolución». Desde entonces todos los cambios radicales se denominan revoluciones y la propia revolución copernicana pasó a considerarse el prototipo de cualquier gran conmoción, por eso a veces nos referimos a «un giro copernicano».
de la obra de Ptolomeo, las ideas de Copérnico se llevaron por delante la Física de Aristóteles, aún vigente en aquel entonces, pues ésta sostenía que la Tierra no podía girar sobre sí misma Ademásya que, en ese caso, aves y nubes debían quedar rezagadas tras el giro. En términos más generales, podemos afirmar que De revolutionibuspreparó el camino a Galileo y a Kepler, y a hombros de todos estos llegó Newton redondeando la nueva ciencia física que sería refinada por Einstein ya en el s. XX.
La labor realizada por los sabios musulmanes y los monjes en España, junto con los viajes de Colón, fueron elementos clave que pusieron de manifiesto las deficiencias de la ciencia clásica, precipitando la revolución copernicana y logrando posicionar la Tierra en el cosmos. Cuando nos preguntemos por las aportaciones de España a la historia de la ciencia no debemos pues considerar que han sido modestas, creo que haríamos mejor estimándolas en su grandísimo valor. No creo que haya nada innato en nuestro país que nos impida participar en la mayor aventura de la Humanidad, el desarrollo científico; esta participación debería ser hoy una de nuestras primeras prioridades.
Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
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